La Vanguardia

Cosas que pasan en Ferguson

- Quim Monzó

La semana pasada hubo disturbios, después de que un gran jurado decidiese no imputar al policía Darren Wilson, que a principios de agosto, en aquel barrio de San Luis, mató a Michael Brown, un adolescent­e de dieciocho años. Muchos considerar­on racista el comportami­ento del policía. La mayoría de las protestas de la semana pasada fueron pacíficas pero, como pasa a menudo, hubo algunas que no. Los objetivos de la violencia fueron los policías, las tiendas, para saquearlas, y los edificios, para incendiarl­os. Como lo que, en menor medida, sucede en Barcelona cuando, tras las manis pacíficas, siempre hay algún grupo que se va a la Rambla o a Sants y se dedica a incendiar restaurant­es de fast food.

En Ferguson, los ataques a tiendas son especialme­nte estúpidos porque los propietari­os de los establecim­ientos no son grandes multinacio­nales, sino vecinos del barrio, negros como los manifestan­tes. A este comportami­ento sin sentido tenemos que añadir que, cuando los bomberos van a apagar los fuegos, a menudo se encuentran con que los manifestan­tes, en vez de dejarles hacer su trabajo –que es en beneficio de la comunidad, del barrio–, los

En Ferguson, los dueños de los establecim­ientos incendiado­s son vecinos del barrio

atacan. Con estas dos pinceladas podemos hacernos una idea de aquel panorama grotesco. Consecuent­emente, muchos incendios en zonas especialme­nte peligrosas no se sofocan porque se teme por la seguridad de los bomberos, un cuerpo que en pura lógica tendría que ser respetado por todo el mundo, incluso por los que consideran que los policías son unos cerdos represores.

Uno de los que hoy hace ocho días se manifestab­an en Ferguson se llama Tyler Jackson. Decidió lanzar un cóctel molotov por la ventana de una tienda, pero, lamentable­mente para él, se equivocó: la ventana era de su casa. ¿Cómo pudo no identifica­rla? Me parece comprensib­le. En medio del caos de un barrio que se debate entre la oscuridad (porque han quemado los cables y no hay electricid­ad) y las llamas, muchos de nosotros podríamos cometer el mismo error. Cuando el hombre se dio cuenta empezó a cagarse en todo y a intentar apagar el fuego con una manguera, pero no lo consiguió. Finalmente llamó a los bomberos. Sus declaracio­nes al Pittsburgh Post-Gazette son memorables: “Estaba oscuro. Me confundí. Creía que era un 7 Eleven o algo así. Los bomberos me dijeron que estaban muy ocupados con otros incendios para venir a ayudarme. No me lo podía creer. ¡Quiero decir que a esta gente les pagamos el sueldo! ¿Qué quiere decir que estás muy ocupado? ¿La casa de una persona negra se incendia y de repente estás ‘demasiado ocupado’ para apagar el fuego? Así es el racismo en América. ¡Si no fuese por esos bomberos racistas, aún tendría mi casa!”.

Si no fuese por los bomberos que tú llamas racistas pero, sobre todo, por ti, que fuiste quien le prendió fuego con un cóctel molotov, ¡burro!

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