Desde fuera
Aunque Tennessee Williams aseguraba que “el tiempo es la distancia más larga entre dos lugares”, la distancia física no es despreciable. Poner kilómetros a lo propio y observar sus querencias y sus quimeras desde ese punto lejano limpia la lupa para que la mirada sea más nítida. Y ello es muy valioso cuando se trata de realidades tan hiperventiladas como la catalana, cuya complejidad crea una espesa nebulosa. Estamos viviendo una realidad tan sobrecargada de lírica y de prosa que subirse a una montaña lejana y mirarla con prismáticos ayuda a tener perspectiva.
A una montaña o, como es el caso, a miles de kilómetros, en pleno DF mexicano. Desde esta ciudad inmensa, Catalunya es hoy una pregunta persistente que llega con los aperitivos de cualquier conversación.
Después de las presentaciones, la nacionalidad de la interpelada se convierte en el eje de interés. Y, por interesar, interesa como si fuera un tema propio. Personalmente tengo experiencias de otros viajes a México y siempre encontré conocimiento y estima, no en vano fueron miles los repu-
Tanto si elevan el “Viva España” como su inverso, todos creen que, si quiere Catalunya, nadie la frena
blicanos catalanes que se asentaron en este gran país y ayudaron a engrandecer su cultura. Pero ahora el interés ha devenido una interrogación intensa, con un nivel de detalle en el conocimiento de nuestra realidad que resulta agradable y sorprendente. Lo preguntan todo y de todo tienen opinión. El primer resultado de la mirada distante, pues, es algo que ya sabíamos: el conflicto catalán está plenamente internacionalizado, preocupa y ocupa a lado y lado del mapa y nadie imagina que sea un tema menor. A partir de aquí los hay que defienden la madre patria (aunque la quieren lejos) y los hay que entienden nuestras cuitas, pero no he encontrado a nadie, y es un nadie muy rotundo, que entienda que no se pueda votar. Ese es el resultado más afinado que otorga la distancia: el apoyo inequívoco al ejercicio de la democracia. Unos abogan por el no escocés y por no romper el tablero, otros por el sí y que sean ustedes felices, pero la idea de que los catalanes no puedan decidir es algo tan anormal e injustificable que ahí la razón catalana gana por goleada. Incluso aquellos que sacan a pasear los demonios de los nacionalismos europeos, dicho así, como si fuera una pancarta multiuso, no justifican el veto español al voto catalán. Y si la importancia del conflicto y la necesidad de votar son dos lugares comunes de la opinión mexicana, la tercera no es menos rotunda: Catalunya se puede ir. Es decir, tanto si elevan el “Viva España y cuidado con romper” como el “Defiendan sus intereses y tengan suerte”, todos mis interlocutores dan por hecho que si Catalunya quiere, nadie la frena. Y esa convicción, que en casa propia puede discutirse hasta la saciedad, a miles de kilómetros es una afirmación rotunda. ¿Por qué? Simplemente porque en el siglo XXI no se discute el mandato democrático en una democracia.