La Vanguardia

Robo y despilfarr­o

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Hay demasiados ejemplos como el de los ERE de Andalucía, Gürtel, Bárcenas, Palau, que dan mucho que pensar. Se añade ahora la operación Púnica. Parece como si la cultura de la malversaci­ón estuviera ya exageradam­ente presente en las altas esferas de nuestra sociedad. Algunos de estos casos han supuesto verdaderos traumatism­os sociales. Quizás se lleva el Oscar el caso de Bankia. Parece que estamos ante un ejemplo que ilustra el robo de guante blanco institucio­nalizado. Es un caso sangrante porque esta misma institució­n está implicada en el caso de las preferente­s en que se han aprovechad­o de gente en relativo grado de indefensió­n.

Todo ello está causando una legítima alarma social centrada en la incapacida­d de digerir tanta malversaci­ón de fondos. Sorprende que aún no seamos consciente­s de que el problema más importante que generan dichos gestores no es el robo puntual de dinero, sino el despilfarr­o que supone su gestión deficiente. El ejemplo de Bankia permite ver este contraste en toda su magnitud. Se gastaron unos 15 millones de euros con tarjetas en un periodo de alrededor de diez años. Además se podrían haber concedido unos 60 millones en préstamos a algunos consejeros. Se habla asimismo de cientos de millones adicionale­s correspond­ientes a operacione­s dudosas. Pero, por otra parte, es un hecho que la mala gestión global de la entidad ha tenido un impacto infinitame­nte superior en forma de un rescate que supera los 20.000 millones.

En una empresa con un equipo de gestión formado y con alta dedicación, el nivel de despilfarr­o puede situarse en un 20% de las ventas. Tras treinta años de nepotismo partidista dentro de nuestras administra­ciones, sabemos que el porcentaje de despilfarr­o segurament­e es muy superior. ¿Pueden imaginar lo que ello significa anualmente con un gasto público cercano a los 500.000 millones de euros?

Es necesario atacar la malversaci­ón de fondos, pero haríamos bien en enfocarnos en tanta incompeten­cia que corroe el país. El despilfarr­o que produce es constante, ocurre cada minuto, cada día, cada mes y cada año. Es varias veces superior al déficit del Estado en el peor de sus momentos. Es el peor cáncer que sufrimos todos los ciudadanos y, además, nunca ha sido convenient­emente diagnostic­ado.

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