Podemos quiere prohibir los toros
Me lo cuenta en el Dry Martini, perplejo, Paco March, el primer rojo que preside la federación de entidades taurinas de Catalunya. Me lo cuenta y pido otra copa.
–Los de Podemos dicen que el único punto innegociable de su programa es la prohibición de los toros en toda España.
Yo ni sabía que el punto figuraba –y figura– en el programa de Podemos. ¿No sería más sencillo prohibir España e ilegalizar a los españoles y las españolas? Modestamente, y ya de paso, sugeriría también cambiar el curso del Ebro para bajar los humos a los de Zaragoza, cerrar las Rías Baixas y las Altas para reducir el tráfico de droga y abandonar Ceuta y Melilla, lo que nos ahorraría ese espectáculo tan feo de una valla cabrona de la que cuelgan seres humanos. Y asunto arreglado.
Ya sé que los males de la España del siglo XXI empiezan en las plazas de toros y es urgente transformarlas en ludotecas, pero tiene su guasa que Podemos quiera suprimir el único espectáculo donde el resultado lo decide, en plan asambleario, el público. ¡Y me-
¿No sería más práctico ilegalizar España y velar porque el percebe viva en las rocas como un idiota?
nudo público! En un tendido, Dios le lleva la contraria al Espíritu Santo y este a la Santísima Trinidad. Que si el toro es bizco, que si el torero no se cruza, que si esto, que si lo otro, y así discurren las faenas hasta que llega la hora del veredicto, cuando la afición se constituye en asamblea y vota. ¡Con lo fácil que sería enviar un mensaje de texto al presidente, el tipo del palco! Pues no, hay que llevar un pañuelo blanco en el bolsillo, de algodón y planchado, y agitarlo para reclamar la oreja. Si “la petición es mayoritaria”, el señor presidente se traga el orgullo, el cargo y la autoridad y no tiene otra que conceder el apéndice, que el matador pasea entre los aplausos del público salvo el de un aficionado, investido de la dignidad que da la verdad minoritaria, que niega el mérito del trofeo al paso del torero con el ostentoso gesto de un dedo de la mano, que agita a modo de parabrisas.
La concesión de la segunda oreja ya compete al presidente y ahí es donde la asamblea disfruta porque queda exenta de las formas democráticas y es libre de acoger la decisión con berridos, chuflas o insultos al clero.
Hay que prohibir los toros en la Nueva España. Y el gin-tonic floreado, las tertulias plurales de TV3 y las cenas de empresa. Conviene empezar de cero y olvidarse de las tonterías de Mayo del 68 –“prohibido prohibir”– que han marcado Occidente. Como aficionado catalán, lo agradecería porque en lugar de viajar a Olivenza, Pamplona o Madrid descubriría Dax, Mont-de-Marsan o Arlés y comería queso con Juliette.
El toro bravo para los carteles de Osborne y que la Nueva España garantice una sociedad mejor en la que los mejillones puedan morir sin ser escabechados y los percebes vivan dignamente en una roca como idiotas.