La Vanguardia

Podemos quiere prohibir los toros

- Joaquín Luna

Me lo cuenta en el Dry Martini, perplejo, Paco March, el primer rojo que preside la federación de entidades taurinas de Catalunya. Me lo cuenta y pido otra copa.

–Los de Podemos dicen que el único punto innegociab­le de su programa es la prohibició­n de los toros en toda España.

Yo ni sabía que el punto figuraba –y figura– en el programa de Podemos. ¿No sería más sencillo prohibir España e ilegalizar a los españoles y las españolas? Modestamen­te, y ya de paso, sugeriría también cambiar el curso del Ebro para bajar los humos a los de Zaragoza, cerrar las Rías Baixas y las Altas para reducir el tráfico de droga y abandonar Ceuta y Melilla, lo que nos ahorraría ese espectácul­o tan feo de una valla cabrona de la que cuelgan seres humanos. Y asunto arreglado.

Ya sé que los males de la España del siglo XXI empiezan en las plazas de toros y es urgente transforma­rlas en ludotecas, pero tiene su guasa que Podemos quiera suprimir el único espectácul­o donde el resultado lo decide, en plan asambleari­o, el público. ¡Y me-

¿No sería más práctico ilegalizar España y velar porque el percebe viva en las rocas como un idiota?

nudo público! En un tendido, Dios le lleva la contraria al Espíritu Santo y este a la Santísima Trinidad. Que si el toro es bizco, que si el torero no se cruza, que si esto, que si lo otro, y así discurren las faenas hasta que llega la hora del veredicto, cuando la afición se constituye en asamblea y vota. ¡Con lo fácil que sería enviar un mensaje de texto al presidente, el tipo del palco! Pues no, hay que llevar un pañuelo blanco en el bolsillo, de algodón y planchado, y agitarlo para reclamar la oreja. Si “la petición es mayoritari­a”, el señor presidente se traga el orgullo, el cargo y la autoridad y no tiene otra que conceder el apéndice, que el matador pasea entre los aplausos del público salvo el de un aficionado, investido de la dignidad que da la verdad minoritari­a, que niega el mérito del trofeo al paso del torero con el ostentoso gesto de un dedo de la mano, que agita a modo de parabrisas.

La concesión de la segunda oreja ya compete al presidente y ahí es donde la asamblea disfruta porque queda exenta de las formas democrátic­as y es libre de acoger la decisión con berridos, chuflas o insultos al clero.

Hay que prohibir los toros en la Nueva España. Y el gin-tonic floreado, las tertulias plurales de TV3 y las cenas de empresa. Conviene empezar de cero y olvidarse de las tonterías de Mayo del 68 –“prohibido prohibir”– que han marcado Occidente. Como aficionado catalán, lo agradecerí­a porque en lugar de viajar a Olivenza, Pamplona o Madrid descubrirí­a Dax, Mont-de-Marsan o Arlés y comería queso con Juliette.

El toro bravo para los carteles de Osborne y que la Nueva España garantice una sociedad mejor en la que los mejillones puedan morir sin ser escabechad­os y los percebes vivan dignamente en una roca como idiotas.

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