La Vanguardia

Minuto más, minuto menos

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En Valencia todavía ponen el grito en el cielo porque el Barça marcó el gol cuando pasaba algún segundo del tiempo añadido, pero quizás no recuerdan que en la primera parte el árbitro permitió que André Gomes acabara una jugada de peligro cuando ya se había superado el minuto de compensaci­ón. Fernández Borbalán, que no es un árbitro malo, sino perverso, en eso estuvo acertado. ¿Se imaginan que pita cuando el balón está a punto de entrar en la portería? Tuvo el buen criterio de dejar acabar dos jugadas rápidas y peligrosas dentro del área pequeña, que es la zona caliente del campo. Anular el gol de Busquets o de Gomes, si hubiera marcado, habría sido una bomba de neutrones.

El fútbol está reñido con la exactitud. Los árbitros miden la distancia de la barrera con pasos de longitud variable, el fuera de juego es un concepto metafísico y que la pelota traspase del todo o no los límites del campo y las líneas de gol depende del tiempo que hace que los jueces de línea se han hecho una revisión ocular. Por no hablar de cuándo se enseñan las tarjetas, que es uno de los secretos mejor guardados. Como todo en el fútbol, los minutos de más también se calculan a ojo. Es una coletilla tan elástica que unos le llaman tiempo añadido y otros, tiempo de descuento. Da lo mismo, el árbitro descuenta del tiempo oficial los ratos en que el juego se ha interrumpi­do por lesiones o incidencia­s y lo añade al final. Con qué criterio es un enigma insondable.

La tradición dice que el silbato final suena cuando la pelota está parada o en una zona muerta. Es costumbre permitir acabar la última jugada e incluso que se lance un córner y que se espere a ver en qué acaba.

La tradición dice que el silbato final suena cuando la pelota está detenida o en una zona muerta

En Valencia no ocurrió nada extraordin­ario.

En el fútbol británico, que es intenso, poco amante de las interrupci­ones y de hacer teatro para perder tiempo, es frecuente que se añadan cuatro y cinco minutos al partido. El tiempo extra puede ser un vendaval que sacude los marcadores en el último suspiro. Que se lo pregunten al Bayern, que en 1999 perdió una final de la Champions en el Camp Nou que ya tenía en el bolsillo. El Manchester United marcó sus dos goles en el tiempo añadido.

Una última observació­n. Cuantos más goles se marcan en un partido, más tiempo se debería añadir. A cada gol se suele tardar un minuto entre las celebracio­nes y colocarse en el círculo central. Justamente a Messi le enseñaron una tarjeta amarilla por consumir demasiado tiempo en la vuelta. Se había consumido el tiempo, pero el señor árbitro prolongó el partido para enseñarle una tarjeta de visita a Messi, que se había entretenid­o verificand­o las medidas del chichón que le hicieron en la cabeza, un eximente no previsto por el reglamento. El partido se alargó hasta casi cinco minutos sin ninguna necesidad porque, una vez centrado el balón en el centro del campo, sólo rodó dos o tres segundos. De esta guisa se preservó el principio de autoridad, tan español, del dueño del silbato. Quien manda, manda, tanto si anula un gol válido como si se lo monta adrede para enseñar una tarjeta fuera de tiempo. A Messi, que es un trofeo de caza mayor.

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P O R L A E S C U A D R A Ramon Solsona

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