Erasmus, inversión de futuro
CERCA de dos mil universitarios se han visto privados de la aportación catalana de su beca Erasmus, pese a reunir los requisitos para obtenerla. El programa Erasmus, que facilita el desarrollo de una fase de los estudios superiores en el extranjero, se apoya en subvenciones comunitarias, estatales y autonómicas. Y son estas últimas las que en 1.900 casos acaban de fallar debido a la falta de presupuesto de la Generalitat para este menester.
Se trata de una noticia comprensible en tiempos de crisis económica, que ha tenido ya muy serias consecuencias en ámbitos como el educativo. Pero se trata también de una noticia lamentable por cuanto lesiona un programa como el Erasmus, que tanto hace por la formación académica y personal de sus beneficiarios.
Desde que se puso en marcha en 1987 –con apenas algo más de tres mil estudiantes de once países, que, temporalmente, estudiaron aquel año en el extranjero– hasta la actualidad, más de tres millones de universitarios han disfrutado del programa Erasmus. Y España ha sido precisamente, en tiempos recientes, el país europeo que mayor número de estudiantes ha enviado al extranjero –alrededor de 39.000 en los últimos ejercicios– y que más estudiantes extranjeros ha recibido –alrededor de 40.000– en sus facultades.
Las ventajas del programa Erasmus son numerosas. Permiten a los universitarios acercarse a otras tradiciones docentes, contribuyen a consolidar el conocimiento de otras lenguas, mejoran su capacidad de adaptación ante nuevos retos o situaciones, y ponen a su alcance una serie de contactos personales y profesionales que a menudo son determinantes en la configuración de sus carreras profesionales y de sus experiencias vitales. Algunos estudios certifican, además, que el riesgo de desempleo de un alumno de Erasmus es la mitad que el de un estudiante que no ha participado en dicho programa. En una esfera superior, los cursos Erasmus –al menos, así se ve desde instancias comunitarias– son la herramienta más eficaz, a medio y largo plazo, para la construcción europea. No en balde permiten a los universitarios, que en pocos años serán agentes decisivos en el seno de sus respectivas sociedades, hacerse una idea cabal de lo que es y puede llegar a ser Europa, al favorecer una visión continental, menos lastrada por intereses estrictamente nacionales.
Por todo ello, la protección del programa Erasmus y su puesta al alcance de cuantos estudiantes deseen seguirlo debe ser una prioridad política. Por lo que tiene de positivo para la formación personal y, también, por su contribución a la construcción europea.