Nawaz Sharif
El Gobierno de Sharif insiste en que el país se encuentra en “estado de guerra”
PRIMER MINISTRO DE PAKISTÁN
La matanza de los talibanes en una escuela de Peshawar –con 132 escolares y varios profesores muertos– ha llevado al Gobierno de Pakistán a responder con el ojo por ojo y decidir la ejecución de cientos de terroristas.
El superpoblado corredor de la muerte pakistaní empieza a despejarse. Al hilo del inaudito asalto terrorista de la semana pasada, que segó la vida de por lo menos 132 escolares en Peshawar, el Gobierno se ha decidido a desempolvar las horcas.
Seis condenados a muerte por terrorismo ya han sido ejecutados, entre el viernes y el sábado, poco después de que el primer ministro, Nawaz Sharif, diera por terminada la moratoria de la pena capital –vigente desde el 2008– para este tipo de crímenes. En un tiempo récord, el presidente Mamnoon Hussain ha denegado el indulto a decenas de condenados, elevando a 85 el número de ejecuciones previstas para los próximos días.
Hay 385 terroristas más condenados a la pena de muerte, por lo que el ministro del Interior, Nisar Ali Khan, ha asegurado que la cifra de ejecuciones podría acercarse a las quinientas. Ali Khan advierte de que se esperan represalias por parte talibán por los ajusticimientos en curso, pero que no se van a arredrar, porque “el país está en estado guerra” y aseguró que no se va a tolerar la exaltación del terrorismo en los medios.
Aunque Nawaz Sharif es el primer ministro de Pakistán, en asuntos de seguridad interna o relacionados con Afganistán –e In- dia– no cabe duda de que es el ejército el que continúa marcando la pauta. Basta con ver la lista de los primeros ejecutados. Amparándose en la ira popular por la masacre de civiles indefensos, casi todos ellos niños, el establish- ment pakistaní ha ejecutado a cinco implicados en un atentado fallido contra el general Musharraf, entonces dictador, y a un implicado en el audaz asalto contra el cuartel general del ejército, en el 2009, que por cierto, ha sido enterrado en su pueblo en loor de multitudes.
Por otro lado, el temor a que se produzcan asaltos talibanes a diversas cárceles para intentar salvar de la horca a sus camaradas ha llevado a aumentar el contingente de seguridad.
Pakistán había acusado al anterior presidente afgano Hamid Karzai, de alentar la insurgencia en su territorio. Karzai pagaba así a Islamabad con su misma moneda, ya que nadie duda que el ejército pakistaní da cobijo a la cúpula talibán afgana. Sin embargo, el nuevo presidente afgano parece más dispuesto a cooperar en la eliminación de Fazlulah, actual caudillo del movimiento tali-
Cerca de 500 terroristas convictos podrían ser ejecutados, 85 en los próximos días
bán de Pakistán, que maquinó desde el este de Afganistán el atentado de Peshawar. La operación para eliminarlo ya está en marcha y se ha cobrado la vida de veintiún talibanes. Kabul podría pedir contrapartidas a Islamabad. Por si acaso, Barack Obama afirmaba ayer que, a partir del 2 de enero, el mulá Omar y la cúpula talibán afgana dejarán de ser objetivo de su ejército.
La provincia pastún de Pakistán, donde se produjo el atentado, ha dado un mes a los tres millones de refugiados afganos para que regresen a su país.