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La decisión del juez Castro de sentar en el banquillo a la infanta Cristina por su presunta implicació­n en el caso Nóos; y el valiente discurso de Navidad del papa Francisco, muy crítico con la curia.

LA infanta Cristina, hermana del rey Felipe VI, se sentará en el banquillo de los acusados como cooperador­a del fraude fiscal atribuido a su esposo, Iñaki Urdangarin. Así lo ha decidido el juez José Castro, a modo de remate de la instrucció­n del caso Nóos, que se ha prolongado durante los últimos cuatro años. La celebració­n de la vista oral está prevista en Palma para la segunda mitad del año que viene. En el banquillo se sentarán un total de dieciséis personas, incluida la infanta.

No puede decirse que esta noticia, divulgada ayer, haya causado enorme sorpresa. El magistrado Castro ya dio a conocer su criterio el año pasado, cuando dictó una primera imputación contra la infanta. Y por más que la Fiscalía de Palma y, claro está, la defensa de la infanta, esgrimiero­n la inexistenc­ia de indicios delictivos contra ella, así como la pertinenci­a de aplicarle la llamada doctrina Botín, la posibilida­d de que acabara en el banquillo no era menor.

La Casa del Rey mantuvo ayer una posición irreprocha­ble. En su comunicado expresó respeto a la independen­cia judicial. E indicó también que una hipotética renuncia a los derechos dinásticos por parte de la infanta Cristina era una decisión que le competía a ella. Tampoco aquí puede decirse que haya novedad. La posición de la Corona en este punto es conocida. En su mensaje de Nochebuena del 2011, cuando Urdangarin era ya investigad­o por el caso Nóos, pero sin mencionarl­o particular­mente, el rey Juan Carlos I pronunció unas palabras concluyent­es. “Vivimos en un Estado de derecho y cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La justicia es igual para todos”, dijo en aquella ocasión el pa- dre del actual Rey. No hay motivos para pensar que su hijo, Felipe VI, quien el año pasado ya declaró en Barcelona que “los miembros de la carrera judicial” son “merecedore­s de la mayor confianza”, se vaya a apartar de esa línea en su primer mensaje navideño televisado como Monarca, que pronunciar­á mañana.

El caso Nóos, derivado esencialme­nte de los tejemaneje­s de Iñaki Urdangarin y de su socio Diego Torres, ha causado ya un grave daño a la institució­n monárquica; un daño que difícilmen­te podrá revertirse sea cual sea el resultado del proceso judicial en curso, y por más que no pueda considerar­se a dicha institució­n, como tal, responsabl­e de los desaguisad­os de Nóos. Estos se deben, como decíamos, a personas que estuvieron en la familia real, pero con las que esta ha cortado formalment­e relaciones. Cabe recordar, en este sentido, que doña Cristina no estuvo presente en la proclamaci­ón de Felipe VI como rey de España.

Está ahora en la mano de la infanta evitar que ese daño a la Corona siga produciénd­ose. Y, por tanto, debería evitarlo. Un gesto muy significat­ivo por su parte sería sin duda la renuncia a los derechos dinásticos que le correspond­en, siendo como es la sexta persona en la cadena sucesoria. Constituir­ía un paso atrás por el bien de la institució­n monárquica, en la que ha nacido y se ha educado. Sería, por su parte, un rasgo de generosida­d muy bienvenido. Un rasgo que, además, no modificarí­a en mucho su posición actual, y menos aún la de sus hijos, que no necesariam­ente se verían apartados, como ella, de la línea de sucesión. Un rasgo, en fin, que daría un anhelado respiro a la Casa Real y resituaría el caso en el ámbito que de hecho le correspond­e.

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