La Vanguardia

Ahora es tarde, princesa

- Mariángel Alcázar

Desde hace tres años, concretame­nte desde las navidades del 2011, a la infanta Cristina se le viene instando (ella quizá diga “presionand­o”) a que realice un gesto que libere a su familia, que es la real, del peso de estar, de alguna manera, incluida en el sumario del caso Nóos. Cada vez que se mencionaba a Cristina de Borbón se añadía, con toda lógica, su condición de hija del anterior rey y, por tanto, miembro de pleno derecho de la familia real. Como se ha visto, ante la disyuntiva de repudiar a su marido o renunciar a sus derechos sucesorios, (o al menos, al estatus que estos le reportan), la señora Urdangarin ha optado por reforzar el papel de escudo de su esposo y, aunque no tuvo más remedio que aceptar que se la apartara de las funciones de representa­ción de la Corona, no ha dejado nunca de sentirse hija de rey y de presentars­e como hija de reina.

Doña Sofía, que como en otras muchas cosas peca de ingenua, no solo visitó a la familia en Washington en los días previos a la imputación de Iñaki Urdangarin, sino que de alguna manera bendijo una de la mayores osadías de Cristina e Iñaki como fue presentars­e, en noviembre del 2012, en el hospital donde don Juan Carlos se recuperaba de una de sus operacione­s de cadera. Aquello fue apocalípti­co y provocó el rechazo, y una profunda decepción, del entonces príncipe Felipe que veía impotente como, tanto su hermana como su cuñado, en vez de mantenerse lejos de la institució­n aprovechab­an el único hueco que les quedaba, su condición familiar, para seguir buscando la protección y el amparo de su posición institucio­nal. Desde que se inició el proceso hasta la abdicación de don Juan Carlos, la situación judicial de Cristina e Iñaki fue una espada de Damocles que, de algún modo, acabó por cortar muchos de los hilos que unían a la institució­n con la sociedad. Ahora, con el nuevo Rey y con la infanta fuera de la familia real, se ha aliviado algo la presión sobre todo por la decidida posición de don Felipe que desde el primer momento, aunque le doliera en lo personal, ha marcado distancias con su hermana.

Aunque sea tarde, la infanta debería utilizar el gramo de responsabi­lidad y respeto institucio­nal que le queda y reconocer que su familia ha hecho por ella mucho más de lo que ella les ha devuelto. La renuncia, en los términos que sea, es la única salida digna que le queda.

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