La Vanguardia

Pablo y David

- David González

A Iglesias le preocupa la “revolución” de Mas contra el statu quo territoria­l español que él defiende

Perdonen la autocita, pero escribí aquí el 18 de noviembre (“Antes de que llegue Iglesias”): “Mas intenta ahora reacumular fuerzas, lista unitaria de todo el soberanism­o y control del tempo político, en la perspectiv­a de unas plebiscita­rias ‘ahora o nunca’, en el mismo terreno que juega Podemos: el de la ciudadanía que quiere abrir el candado del 78 sin pillarse los dedos. Jugar ahí supone también adelantars­e a la posibilida­d de que Podemos aglutine el rupturismo no soberanist­a en Catalunya. Sería un combate del que puede depender casi todo”. Pues bien, Iglesias llegó al séptimo día a Catalunya pero, en vez de darse al relajo, embistió contra todas las castas del lugar (amén de la habitual). ¿Todas? Bueno, no, sólo algunas: la “casta” de Artur Mas y la “casta” de los que a él se abrazan, la de David Fernàndez, el dirigente de la CUP y sin embargo “amigo” (me lo dijo Iglesias en un encuentro con la prensa catalana en Estrasburg­o). El odio – “su odio es nuestra sonrisa”, lema del debut del líder de Podemos en el muy olímpico polideport­ivo de la Vall d’Hebron, con Pasqual Maragall en las primeras filas– casa mal con los abrazos como el que se dispensaro­n Mas y Fernàndez en pleno 9-N. “Mal podríamos hacer la independen­cia si el presidente de Catalunya no se puede abrazar con David Fernàndez”, nos comentaba el president el otro día.

Fue lo único que prometió Iglesias a los catalanes y catalanas: “Yo no me abrazaré nunca ni con Rajoy ni con Mas”. Como quiera que Fernàndez se sintió aludido, le replicó: “Una abraçada sincera i sencera” (“un abrazo sincero y entero”) y la gradería tuitera se vino abajo en apoyo de “nuestro David” (que, por cierto aprovechó para desear a todo el mundo un buen solsticio de invierno) frente al acoso de “su Pablo”. Luego Iglesias hizo como que se disculpaba, pero ayer volvió a la carga: “No se construye la soberanía llegando a acuerdos con Mas” o “contestand­o sus preguntas en un plebiscito”. “Tenemos que echar fuera a la casta y esto es totalmente incompatib­le con Artur Mas”. Es decir, no dejes que un David Fernàndez saliendo de la barricada te estropee la línea de ataque.

Iglesias tiene muy claro quién es su rival en Catalunya pero hace trampa: le preocupan menos las cuentas en Ando- rra que la “revolución” de Mas, la apuesta del líder de la “casta” catalana por romper el statu quo territoria­l español que él defiende. ¿A qué si no los aplausos a Pablo de una cierta izquierda y una cierta derecha exquisita ante la aparición, por fin, de una bandera a la que agarrarse en el desierto de las terceras vías y naufragios diversos frente a la cuestión catalana? ¿No será que vuelve lo de antes roja que rota en morado republican­o/comunero? Con ese banderón, a Iglesias le sobran todos los demás. Españolism­o inteligent­e casi inédito aquí desde los tiempos de Felipe (¡ay Miquel Iceta!). Alicia Sánchez-Camacho ya ha tomado nota, lo que certifica que no sólo el soberanism­o anda inquieto. Y más aún si la “casta” tiene poco que temer: total, Iglesias, como cualquiera, sólo quiere votos.

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