Un galardón desde todos los lados
Desde hace seis décadas, el premio Sant Jordi desempeña un papel imprescindible en las letras catalanas. Se haría difícil, para no decir imposible, hablar de la novelística catalana contemporánea sin aludir a los autores que ha dado a conocer o que ha impulsado el premio que convoca Òmnium.
En las primeras décadas, nombres como Mercè Rodoreda, Josep M. Espinàs, Montserrat Roig, Maria Aurèlia Capmany, Baltasar Porcel, Jaume Cabré o Vicenç Villatoro (jovencísimo) formaron una nómina envidiable, y que se consolidó en la hornada siguiente con escritores como Ferran Torrent, Carme Riera, Robert Saladrigas, Miquel de Palol, Jordi Coca o Joan Francesc Mira, para no citar los de las añadas más recientes, que tenemos bien presentes.
Como filólogo, como aprendiz de editor y de escritor, seguía con interés cada una de las convocatorias, intentando encontrar firmas sobre caminos novelísticos a descubrir, sobre territorios a transitar. Y así en el 2004, habiendo publicado tres novelas bien acogidas por la crítica y por un círculo de lectores fieles, tuve la osadía de presentar la novela La Ciutat Invisible, que ganó aquella convocatoria y se publicó en Proa.
De lo que estaba seguro era de la gran historia que había detrás, la que me había inspirado la novela: Carlos III, al volver de Nápoles para hacerse con la corona española, inició una serie de proyectos ilustrados, entre los cuales, la construcción de una nueva ciudad en el delta del Ebro. Esta ciudad, bautizada con el nombre del rey, Sant Carles, seguiría la moda de las nuevas ciudades ideales europeas: San Petersburgo de los zares, la reconstrucción de Nápoles o la invención del nuevo Madrid. Los vestigios están, pero la ciudad no llegó a existir nunca. ¿Qué motivó el fin de las obras? ¿Cuál era el alcance del proyecto inicial? Misterio. Un misterio que yo abordaba desde los ojos de un niño que jugaba a las ruinas del sueño, cualquier niño de mi generación. Y lo hacía a través del supuesto cuaderno del arquitecto del XVIII Andrea Roselli, discípulo de Sabatini. A Roselli y compañía debo la suerte de haber ingresado en esta magnífica nómica de escritores. También el privilegio de haber podido hablar de esta historia fascinante por toda Catalunya, con el empuje del premio, primero, y después en diferentes países donde hubo editores interesados en la novela. Desde Francia, donde fue finalista del Prix Médicis Étranger, a China, donde la idea de la creación de una ciudad desde el principio es muy actual. En estas visitas me gustaba explicar que la lite-
El Sant Jordi sigue ofreciéndonos nuevas historias y nuevas maneras de explicarlas
ratura catalana no tiene límites. Desgraciadamente, algunas personas que me acompañaron en aquella aventura no están: el editor Isidor Cònsul, quien añoramos; Baltasar Porcel, que presentó el libro…
Pero el Sant Jordi continúa año tras año ofreciéndonos nuevas historias y nuevas maneras de explicarlas. Y mientras tanto, he formado también parte del jurado del premio, y he podido vivir de cerca la ilusión que despierta. Una ilusión y una responsabilidad –con respecto a la difusión y a la pervivencia del espíritu del premio– que compartimos los convocantes (Òmnium), los autores y los editores: en Edicions Proa, en Grup 62, consideramos el Premi Sant Jordi como uno de los fundamentos de nuestro proyecto editorial que se propone promover la mejor literatura y hacerla llegar a todas partes.