Quince años y unos whiskies
Fervor en un Sant Jordi abarrotado con el retorno en solitario de Sabina a Barcelona
Habían pasado ya los nacionales por Madrid, como canta en Purí
sima y oro, fresco impagable de la posguerra española, y Joaquín Sabina pasó ayer por Barcelona, chulo y poderoso, disipando dudas y dando la distancia, el tiempo y el ritmo a un concierto que hizo feliz al público.
Quince mil espectadores llenaron anoche el Palau Sant Jordi, como otros tantos lo harán hoy, para asistir a este homenaje a los quince años del 19 días y 500 no
ches, y aunque en estos tres quinquenios a Sabina le han echado de los bares –segun contó anoche– y “mi novia ya no me deja tener novia”, el tiempo parecía importarle un pito a todos.
Sabina arrancó fuerte y con una intensidad fiel al esquema del segundo recital de Madrid. A la segunda canción de la velada, precisamente 19 días y 500 no
ches, ya había sellado el reencuentro afortunado con Barcelona, tras casi una década sin aparecer en solitario. En cuarto lugar salió
Una canción para la Magdalena y así transcurrió la noche, de victoria en victoria; Donde habita el ol
vido, Nos sobran los motivos, una canción de Bob Dylan a su aire –con saludo previo a Quico Pi de la Serra, presente, como el jefecito Mascherano– y el Y nos dieron
las diez con el que Sabina cerró hora y media de concierto antes de una larga barra libre de bises que prolongó la actuación hasta las dos horas y media. Una noche que tuvo un colofón inesperado y apoteósico: Joan Manuel Serrat salió al escenario y los dos cantaron Paraules d’amor.
Sabina está para disfrutar del clasicismo, le guste o no: tiene un público mayor de edad, de lealtad perruna y espíritu joven, que además conoce bien sus letras y en cuanto puede les mete mano, coreando a la mínima indicación del maestro. Feliz de que su Sabina haga un poco de bondad y dispuesto a perdonarle que se haya echado novia formal.
La idea de revivir aquel éxito de hace quince años requirió tres whiskies y algunos halagos aunque “en mi casa no se escuchan mis discos, nos gusta la buena música”. Y el favor del público, que es dueño y señor de la carrera del artista, el único que decide si su personaje tiene que seguir en la carretera aunque se haya echado novia formal o le manda quedarse en casa tomando whiskies y viendo las corridas de toros de Canal+.
El público de Sabina demostró anoche que le quiere sobre un escenario, tan bien acompañado por un grupo de músicos a los que el cantante presenta como pocos artistas saben hacer. Estos son los detalles esmerados, humanos, que explican la leyenda de Sabina, con todos sus pecados, los originales y los otros, los pasados y los que están por llegar.
Nadie se acordó anoche en el Sant Jordi del petardo de Madrid del sábado 13 de diciembre. Las leyendas crecen con las malas tardes y las malas leches sin las cuales los ídolos terminarían bobamente en el santoral católico y ayer en lugar de san Zenón –que también se observa el 14 de febrero–, o santa Elena hubiéramos celebrado san Joaquín Martínez Sabina, cantante de los amores imperfectos, que tanto se llevan.
“La felicidad doméstica no tiene ni media canción”, ya avisó en una entrevista hace unos años en Rolling Stone. No hay, pues, canción de Sabina que termine felizmente y eso, visto lo visto anoche, es muy del agrado de su público, que tanto se identifica con lo que canta y cantará el maestro.