La batalla de Teruel
Hace unas semanas, un expresidente hablaba de la batalla de Teruel. El historiador Anthony Beevor ha escrito que la batalla de Teruel fue, debido al frío intenso y a la lucha casa por casa y por las calles llenas de escombros, una de las más terribles de una guerra terrible. La toma de la ciudad, durante la Navidad de 1937, también fue de hecho la última victoria notable del ejército republicano. Un éxito con impacto propagandístico, pero efímero y costoso. Joan Sales la describió como una ofensiva desmesurada y desmoralizadora que tuvo como único resultado real una pérdida espeluznante de hombres y armamento. En febrero, las tropas franquistas recuperaron la ciudad y el ejército fiel a la República inició una retirada general. El Viernes Santo los soldados franquistas ya se bañaban en el Mediterráneo. Según el ABC de Sevilla, la espada victoriosa de Franco acababa de partir en dos la España “roja”. Con los años, la terrible batalla de Teruel se ha convertido en una metáfora. La metáfora de una batalla inútil y contraproducente. En el símbolo de los triunfos que allanan el camino de la derrota.
Beevor sostiene que a fines de 1937 los franquistas ya estaban en mejor situación que los republicanos y que lo más efectivo para la República habría sido combinar la guerra convencional con la lucha de guerrillas para ganar tiempo, mirando de resistir hasta que estallara en Europa la guerra que parecía inminente. El tiempo puede ser un arma poderosa y nada despreciable cuando se usa convenientemente. Pero los generales se empecinaban en un único modelo, el de la ofensiva general, que perseguía operaciones de prestigio hechas a medida de las prioridades puntuales de la propaganda política. Joan Sales atribuye este empecinamiento al factor humano, a un tipo de amor propio enfermizo por parte del alto mando republicano, que lo lanzaba a unas ofensivas desmesuradas que denomina “fuerzas de flaqueza”. Si bien las condiciones objetivas de los ejércitos republicano y alemán eran muy distintas, su planteamiento recuerda el que realizó el general De Gaulle en La discorde chez l’enemi (1924), donde estudia las razones por las que Alemania, pese a su superioridad militar, dejó escapar la victoria en la Primera Guerra Mundial. De Gaulle, siempre dispuesto a subrayar con grandilocuencia los aspectos morales, habla de los defectos comunes de unos hombres que describe como eminentes, los generales alemanes: “El gusto característico por las empresas desmesuradas, la pasión de aumentar, costara lo que costara, su poder personal, el desprecio por los límites trazados por la experiencia humana, la cordura y la ley”, etcétera.
El año que termina ha sido un año poco liberal, armado de conmemoraciones, metáforas y paralelismos bélicos. Pero se ha hablado mucho de guerras y poco de batallas. A menudo se olvida que en las guerras, tanto si son calientes como si son frías o retóricas, las batallas tienen consecuencias y pueden cambiar de manera imprevisible las situaciones.
El tiempo puede ser un arma poderosa cuando se usa convenientemente