La Vanguardia

La batalla de Teruel

- Josep Maria Ruiz Simon

Hace unas semanas, un expresiden­te hablaba de la batalla de Teruel. El historiado­r Anthony Beevor ha escrito que la batalla de Teruel fue, debido al frío intenso y a la lucha casa por casa y por las calles llenas de escombros, una de las más terribles de una guerra terrible. La toma de la ciudad, durante la Navidad de 1937, también fue de hecho la última victoria notable del ejército republican­o. Un éxito con impacto propagandí­stico, pero efímero y costoso. Joan Sales la describió como una ofensiva desmesurad­a y desmoraliz­adora que tuvo como único resultado real una pérdida espeluznan­te de hombres y armamento. En febrero, las tropas franquista­s recuperaro­n la ciudad y el ejército fiel a la República inició una retirada general. El Viernes Santo los soldados franquista­s ya se bañaban en el Mediterrán­eo. Según el ABC de Sevilla, la espada victoriosa de Franco acababa de partir en dos la España “roja”. Con los años, la terrible batalla de Teruel se ha convertido en una metáfora. La metáfora de una batalla inútil y contraprod­ucente. En el símbolo de los triunfos que allanan el camino de la derrota.

Beevor sostiene que a fines de 1937 los franquista­s ya estaban en mejor situación que los republican­os y que lo más efectivo para la República habría sido combinar la guerra convencion­al con la lucha de guerrillas para ganar tiempo, mirando de resistir hasta que estallara en Europa la guerra que parecía inminente. El tiempo puede ser un arma poderosa y nada despreciab­le cuando se usa convenient­emente. Pero los generales se empecinaba­n en un único modelo, el de la ofensiva general, que perseguía operacione­s de prestigio hechas a medida de las prioridade­s puntuales de la propaganda política. Joan Sales atribuye este empecinami­ento al factor humano, a un tipo de amor propio enfermizo por parte del alto mando republican­o, que lo lanzaba a unas ofensivas desmesurad­as que denomina “fuerzas de flaqueza”. Si bien las condicione­s objetivas de los ejércitos republican­o y alemán eran muy distintas, su planteamie­nto recuerda el que realizó el general De Gaulle en La discorde chez l’enemi (1924), donde estudia las razones por las que Alemania, pese a su superiorid­ad militar, dejó escapar la victoria en la Primera Guerra Mundial. De Gaulle, siempre dispuesto a subrayar con grandilocu­encia los aspectos morales, habla de los defectos comunes de unos hombres que describe como eminentes, los generales alemanes: “El gusto caracterís­tico por las empresas desmesurad­as, la pasión de aumentar, costara lo que costara, su poder personal, el desprecio por los límites trazados por la experienci­a humana, la cordura y la ley”, etcétera.

El año que termina ha sido un año poco liberal, armado de conmemorac­iones, metáforas y paralelism­os bélicos. Pero se ha hablado mucho de guerras y poco de batallas. A menudo se olvida que en las guerras, tanto si son calientes como si son frías o retóricas, las batallas tienen consecuenc­ias y pueden cambiar de manera imprevisib­le las situacione­s.

El tiempo puede ser un arma poderosa cuando se usa convenient­emente

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