La Vanguardia

Y el próximo, Zubizarret­a

- Dagoberto Escorcia

Las encuestas influyen lo suyo; la opinión mediática hace más estragos en el ego de los protagonis­tas que machacan la conciencia de la afición; y las directivas son débiles, incluso la que presidió Joan Laporta, que con todos los triunfos que logró acabó herida de muerte. Bartomeu, presidente del Barça, está sacando todos los fingers de su empresa particular para aguantar la nave que ha decidido pilotar. Lo pasó mal el día del vídeo con los goles de Messi en el que fue silbado en el Camp Nou. Lo pasó fatal cuando se enteró de que en las divisiones inferiores del club las cosas no se habían hecho con la legalidad que él habría utilizado. Y aceptó el reto de quedarse en la presidenci­a del Barça cuando su amigo Sandro Rosell presentó la dimisión.

Desde ese día Barto ha enseñado su forma de actuar y su manera de hacer. Es un tipo bueno, quizás excesivame­nte para lo que toca en Can Barça, que reclama un carácter más próximo a Hannibal Lecter que a Caperucita Roja. Y Barto tiene capacidad para trans- formarse. Es consciente de que hay directivos que exigen mano dura y un freno a la cara de bueno para apoyarlo y confiar en él en las próximas elecciones. Ahí está la mitad de las razones que han llevado a la reestructu­ración de la directiva y a prescindir de Antoni Rossich. La otra mitad hay que encontrarl­a en la decisión que posiblemen­te hoy anunciará el TAS sobre el caso de los niños de la Masia. El Barça no va a poder fichar jugador alguno hasta enero del 2016. ¿Y quién pagará esa factura? Lógicament­e el responsabl­e de la dirección deportiva, Andoni Zubizarret­a.

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