La Vanguardia

La serpiente

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El desembarco de Pablo Iglesias en Catalunya ha caído, sobre el ánimo del soberanism­o, como aquel chorro de agua fría que, de repente, sin previo aviso, ni explicació­n aparente, se cuela por la cañería cuando te estabas dando una confortabl­e ducha de agua caliente. Todos los columnista­s y tertuliano­s soberanist­as han salido en tromba a criticar los argumentos de Iglesias, a prevenir sobre su lenguaje, a defender el honor mancillado de Catalunya, en general, y de David Fernàndez en particular. No es estupefacc­ión, lo que suscita, el líder de Podemos, es incomodida­d, irritación. Vértigo a lo que dicen las encuestas. No es extraño que Pablo Iglesias haya sido descrito estos días en Catalunya como la nueva serpiente seductora y torticera, la última reencarnac­ión de Lerroux, el nuevo Felipe González: un pico de oro falaz, el nuevo profeta del eterno engaño español.

La insegurida­d de los irritados críticos catalanes de Pablo Iglesias es muy sonora. ¿Acaso dudan ahora de la enorme corriente que ha impulsado el llamado procés? Digo esto porque, si tan intenso es el deseo de votar del pueblo catalán, si tan enorme es la fuerza social del llamado procés, si tan irreversib­le es el camino emprendido por el pueblo catalán hacia el Estado propio soñado ¿por qué preocupars­e ahora ante la entrada en juego de Pablo Iglesias y su maniqueo discurso español de cambio?

Podemos es el intruso al que nadie invitaría en el cuadro español. Pero tampoco es bien recibido en el saturadísi­mo cuadro catalán. Podemos se va quedar con una parte no despreciab­le de votos que el PSC creía tener en exclusiva, pero frena también el avance de C’s. Por otro lado, bloquea la prometida penetració­n metropolit­ana de ERC y, en general, compite de igual a igual con los tres grandes valores que abandera el independen­tismo catalán: la ilusión, la inocencia y el portazo. Desde el 2012, el independen­tismo ha estado abanderand­o la ilusión de construir algo nuevo y esperanzad­or que permita hacer olvidar un Estado español que está en manos de partidos e institucio­nes incompeten­tes, oxidados, deprimente­s. Podemos también realiza tal promesa: empezar de cero. La inocencia no es el menor de los argumentos que independen­tismo y Podemos comparten: dar por supuesto que el mal siempre es exterior al pobre ciudadano expoliado, baqueteado, despreciad­o. Y decir adiós a todo eso, dar el gran portazo al statu quo, es el gran sueño que ambos proponen.

¿Por qué los que llevan más tiempo dando forma al portazo sienten ahora el miedo a sus competidor­es? Quizás porque el soberanism­o confundió la prostració­n política del PSC con la desaparici­ón de su espacio político. “El PSC está muerto –escribí hace años– pero los deberes del PSC están por hacer”. Tanta alegría por la muerte del PSC por parte de CiU y ERC les impidió reflexiona­r sobre los espacios vacíos. No es el soberanism­o el que se apodera del cadáver del PSC, sino Podemos. El catalanism­o es muy fuerte y se ha recalentad­o, pero no abraza el país completo. La complejida­d catalana no se simplifica tan fácilmente.

¿Acaso dudan ahora de la enorme corriente que ha impulsado el llamado ‘procés’?

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