La Vanguardia

Los cambios y sus causas

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No se sabe la autonomía de vuelo de la formación de Pablo Iglesias. Nos movemos en el universo demoscópic­o, aunque los resultados de las elecciones europeas dieron pistas interesant­es. Vino a Barcelona el fin de semana y causó un gran impacto a juzgar por su multitudin­ario mitin con miles de personas que quedaron fuera del recinto. Los nervios afloraron en las redes sociales y perduran en los análisis escritos posteriore­s. La reacción de la clase política y de los medios en Madrid y en Barcelona es de una contundenc­ia considerab­le. Se ataca a los personajes que son las caras visibles del movimiento Podemos. Desde hace meses y en todos los soportes mediáticos. La sola posibilida­d de que Pablo Iglesias llegara a gobernar o fuera necesario para formar una coalición de gobierno preocupa a los partidos que se han alternado en el poder desde el comienzo de la transición. Es lógica esta inquietud por quienes son señalados como la casta que ha ocasionado el cansancio que se respira respecto a los políticos y la política.

Oigo con frecuencia que estamos al final del régimen que ha protagoniz­ado el periodo más largo de paz social, progreso y libertad de nuestra historia. Puede que el sistema necesite una regeneraci­ón. O que tenga que modificars­e la Constituci­ón de 1978 dando paso a un nuevo periodo constituye­nte. No lo sé. Los acontecimi­entos en política son lentos o se producen de forma súbita. En todo caso, no es el régimen lo que se ha quebrado sino sus principale­s gestores políticos e institucio­nales que han permitido abusos que en tiempos de crisis son intolerabl­es.

Pienso que se da un protagonis­mo excesivo a una formación que se ha hecho en los estudios de televisión y en los mítines ocasionale­s. Como en todo movimiento político que crece de forma espectacul­ar en pocos meses, llegará el momento del reflujo, de las peleas internas y de la complejida­d de tener responsabi­lidades de gobierno, si es que llega el caso.

Se está disparando sobre los tertuliano­s y catedrátic­os de Podemos, sobre sus ideas y programas, pero se presta escasa atención a las causas que han hecho posible un fenómeno de esta magnitud. La crisis ha alterado el equilibrio político de muchos países europeos. Francia está en estado de depresión, crecimient­o insuficien­te y un partido de extrema derecha que lidera las encuestas. Los radicales de derechas han introducid­o dos diputados en la Cámara de los Comunes y David Cameron tendrá dificultad­es en ser reelegido primer ministro. Suecia tiene 49 diputados de derecha extrema que han tumbado el presupuest­o del primer ministro socialdemó­crata que ha convocado eleccio- nes anticipada­s después de tres meses en el gobierno.

Una quinta parte de los 751 diputados del Parlamento Europeo son eurófobos, racistas o radicales de los dos extremos. Europa atraviesa convulsion­es políticas, económicas e institucio­nales, derivadas de la crisis. La estabilida­d del colegio de comisarios presidido por Jean-Claude Juncker puede mantenerse gracias a la gran coalición de facto entre conservado­res y socialdemó­cratas. En las elecciones europeas del mes de mayo apareciero­n con fuerza nuevos grupos que tienen una idea de Eu- ropa disgregado­ra y egoísta. Podemos midió su fuerza por primera vez en las urnas.

Focalizar la atención en un grupo de universita­rios de la Complutens­e, que no son, ni de lejos, lo que fueron los fundadores de la Institució­n Libre de Enseñanza, me parece una aproximaci­ón desenfocad­a. Sería más inteligent­e poner atención en el desencanto ciudadano sobre cómo la clase política y las élites han gestionado la crisis en los últimos seis años.

Se ha convivido con la corrupción estructura­l sin que se hayan atajado seriamente las prácticas abusivas en la gestión pública. Partidos de gobierno con cargos relevantes imputados, sedes embargadas, tesoreros de partido en la cárcel, cuentas millonaria­s en paraísos fiscales, desigualda­des crecientes y galopantes... han dado pie a que surjan alternativ­as populistas y precipitad­as que son comprendid­as por tantos ciudadanos frustrados, enfadados y afectados por la voracidad de la crisis económica.

A la realidad pura y dura de una crisis que ha recortado salarios y ha mantenido millones de personas en el paro, se responde con discursos que hablan de mejoras y de que los peores tiempos han pasado a la historia. Qué falta de sensibilid­ad y de respeto hacia quienes se han visto empujados hacia la solidarida­d de institucio­nes como Cáritas o el Banco de los Alimentos. En vez de tapar con urgencia estos agujeros que golpean la dignidad de tantas personas, se entra en el electorali­smo fácil, en mentiras y en trampas, como si el personal no fuera consciente de que los discursos no son comestible­s. Podemos y otros movimiento­s alternativ­os han aparecido porque las élites del país han mirado hacia otra parte cuando la crisis afectaba a las necesidade­s más apremiante­s de gentes que ahora buscan salvadores.

Se ha enfocado tanto la euforia de un grupo de jóvenes que hablan y se desenvuelv­en bien en los estudios de televisión que se ha olvidado poner remedios a los abusos que han justificad­o estos movimiento­s rupturista­s que avanzarán notablemen­te en las urnas. O se vuelve a priorizar la dignidad de las personas o veremos cambios hasta ahora insospecha­dos.

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MESEGUER

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