El padre Marc Taxonera
Ha pasado a mejor vida el padre Marc Taxonera, archivo viviente de la “pequeña historia” de la oposición al franquismo. En Montserrat le pusieron nombre de evangelista, pero apenas escribió un par o tres de artículos. Aunque podría haber redactado toda una enciclopedia sobre lo que había visto, oído o adivinado, como bien dijo Albert Manent en el homenot que le dedicó. Vivió muchos episodios relevantes y conoció a mucha gente de peso. “Pero sus memorias son estrictamente orales”, aunque “dicen que lo sabe todo y la leyenda le hace una especie de ministro de Asuntos Exteriores del monasterio”, que en los tiempos más difíciles ejerció la suplencia de una representatividad que Catalunya no tenía reconocida oficialmente.
Cuando en una de sus escasas declara- ciones decía que “la resistencia se hizo dentro más que en el exilio” debía referirse, sin duda, al siempre receloso Tarradellas que le expresaba en una de aquellas escandalizadoras cartas “confidenciales” de amplia difusión su “disgusto” ante “las actividades políticas” de la Comunidad montserratina, que consideraba ¡manipulada por los comunistas!
Diplomático nato, Taxonera era el contacto permanente del monasterio con el mundo de la clandestinidad. Tantas horas de convivencia con el misterio, le convirtieron en un prudentísimo maestro del secreto no revelado. Y si todo el mundo es esclavo de sus propias palabras y amo de sus silencios, bien se puede decir que el padre Marc callaba como nadie. Es seguro que se habrá llevado al silencio eterno informaciones y juicios personales que nunca comen- tó en vida. Marc Taxonera nunca buscó medallas, ni que se las colgaran. No pecó nunca de falsa modestia. Sabedor de que la historia nos es necesaria, y de que las interpretaciones son libres, pero los hechos sagrados, nunca manipuló datos ni ocultó informaciones y referencias esenciales para comprender una realidad, la de la oposición a la dictadura, que cierto posfranquismo ha procurado que se fuera olvidando.
En una entrevista para El Temps republicada después en el libro A foc lent (El Cep i la Nansa, 2011), Joan Alcaraz se interesaba por si escribiría sus recuerdos. Y él, siempre reservado, reconocía que tenía poca facilidad para escribir y que, además, la memoria ya le fallaba. François Mauriac decía que “no le interesaba escribir las memorias porque la última verdad, que es la más interesante, es la que no se dice”. Exacto.