Mano blanda de artista
Domingo, en El convidat (TV3), Albert Om visitó al cineasta Albert Serra. Como en otros programas de esta última temporada, el rigor cronológico se ha vuelto más flexible y se incluyen elipsis que el espectador puede rellenar con hipótesis de todo tipo. La voluntad de Om no se centra tanto en compartir vivencias que reproduzcan artificialmente las costumbres del anfitrión como en esbozar el perfil biográfico y psicológico del personaje y situarlo en un contexto privado. En los últimos programas parece que el aterrizaje de Om sea menos invasivo o, por lo menos, da la impresión de que los anfitriones se reservan cierto derecho a preservar parte de su intimidad. Si con Mari Pau Huguet se evitó el hábitat barcelonés sin que eso afectara al retrato de una infelicidad equiparable a la de mucha gente, Serra protegió la presencia/ausencia de sus padres y convirtió a una abuela avispada en actriz secundaria de lujo. El programa permitió completar el estudio de un aspirante a heredero de la variante más gerundense de la especie de homenots, con situaciones que complementan el excelente retrato que ha hecho Albert Forns en su libro Albert Serra (la novela, no el cineasta). La conclusión periodística y documental que extrae el espectador es que la experiencia satisfará menos al invitado que al anfitrión. El primero sólo logra explicar detalles desconocidos del cineasta (con un planteamiento realista totalmente opuesto a, por ejemplo, el que conformaba el Bestiari il·lustrat dirigido por Mai Balaguer dedicado a Serra). Y el anfitrión reitera un discurso que tiene mucha más estructura que la que insinúa el cliché de la extravagancia porque sí –pero sin desmentirla del todo– y sin que eso contradiga la legitimidad de las reacciones de pánico, narcolepsia o exasperación que producen sus películas. La escena que más me interesó fue cuando Om y Serra se saludan y al invitado le sorprende que el cineasta dé la mano tan blanda. Dar la mano blanda es un detalle definitorio, crucial a la hora de clasificar a alguien (como sospechoso) y elaborar una primera impresión condenada al fracaso. Sin embargo, coherente con su vocación de artista, Serra perseveró en la táctica del sabotaje (explícito en algunos momentos de insolencia casi grotesca) y dejó entrever una nueva hipótesis: ¿y si dar la mano blanda fuera una opción tan respetable como darla fuerte y esta verdad hiciera tambalearse una de las pocas certezas que nos quedaban?