Inapelable
En algún momento de su concierto del lunes, Joaquín Sabina señaló como una “magnífica campaña de marketing” los hechos que precedieron su comparecencia en el Sant Jordi. Ya saben, el
Pastora Soler de hace unos días. ¿Cómo llevarle la contraria a él, que sabe tanto de marketing?
Además de ser un pilar de la canción de autor ibérica, es y ha sido también un maestro en el arte de construir y promocionar su personaje. La buena noticia es que ese personaje (de biografía canalla quizás algo exagerada) no ha devorado al artista, y que Sabina se marcó un bolo inapelable en todos los frentes a su paso por Montjuïc, superando el listón de su anterior recital a solas en la ciudad hace un lustro.
La propuesta del cantautor pivotaba entorno a su disco 19 días
y 500 noches, publicado hace ya 15 años. Las canciones de esta producción (cayeron 11 de las 13 que tiene el álbum), mandaron en el guión de la noche. Dos horas y media de espectáculo que daban para mucho, y en las que también interpretó cañonazos pertenecientes a otros trabajos como Contigo o Princesa. Sabina administró fuerzas con generosidad, cediendo en varias ocasiones todo el protagonismo vocal a algunos de sus músicos. Antes de iniciar el fin de fiesta junto a Serrat con Paraules d’amor, tuvo el buen gusto de rendir tributo a san Bob Dylan mediante la inédita Ese no soy yo ( It ain’t me babe).
No hace falta sentir devoción por el Sabina personaje para disfrutar, y mucho, con el Sabina cantautor. Con una rica paleta musical (rock, blues, rumba, ranchera, folk-rock, rock latino, apuntes de swing, mediterráneos e incluso de copla…), cantó con solvencia y poder. Espléndido en cuanto a transmisión emocional, reafirmó las virtudes de su lírica. Un imaginario más bien tristón (como bien señalaba Joaquín Luna ayer en estas mismas páginas) que, sin embargo, nos revela motivos para afrontar con aires de celebración el paso terrenal. Porque son cuatro días, hombre. Y nos quedan tres.