Del tsunami a la charia
Una década después de uno de los terremotos más devastadores, el islamismo más conservador gobierna en la provincia indonesia de Aceh
Todo fue muy rápido. Ella estaba pidiendo ayuda, pero no se podía hacer nada. Doy gracias a Dios porque sobreviví, pero no puedo olvidar”. Este comentario pertenece a Dilla, una joven estudiante de secundaria que tenía cinco años cuando un poderoso terremoto de magnitud 9,2 golpeó la isla de Sumatra y desencadenó un mortífero tsunami, que provocó la muerte de 230.000 personas en once países bañados por el océano Índico, 170.000 en Indonesia.
Aquel día, Dilla desayunaba con sus padres. Sintieron unos temblores, una sacudida insistente y luego un temblor súbito y violento. Rápidamente buscaron refugio en una mezquita cercana. “Fue muy rápido. De repente, el agua empezó a llegar, muy rápida”, cuenta Dilla al rotativo Jakarta Globe. Ella y su familia sobrevivieron a las olas desde el segundo piso de aquella mezquita que les sirvió de refugio.
Pero desde aquella atalaya vio algo que jamás ha olvidado: su amiga de la escuela, Nadia, transportada por la avalancha de agua y escombros, sin que nadie pudie- ra hacer nada por rescatarla.
La historia de Dilla no es un hecho aislado. Diez años después hay miles de vivencias como las de esta adolescente, cuyo pueblo en la costa de la provincia indonesia de Aceh fue arrasado por olas de hasta treinta metros. Hay hijos sin padres. Progenitores sin descendientes. Maridos sin esposas. Mujeres sin hombres. Unas vidas que la naturaleza quebró y que ellos con el tiempo han intentado reconstruir, creando nuevos hogares a partir de familias rotas.
Un esfuerzo al que ha contribuido la ayuda internacional, pública y privada, cuantificada en 7.200 millones de dólares (unos 6.000 millones de euros), que ha facilitado la transformación de la provincia en general y de su capital, Banda Aceh, en particular. Se han reconstruido carreteras, hospitales, 1.400 escuelas y cerca de 150.000 nuevas viviendas. La ciudad ha renacido, con nuevos hoteles, centros comerciales, restaurantes y cafeterías.
Tal ahínco fue reconocido por la ONU en el 2011 designando al entonces presidente de Indonesia, Susilo Bambang Yudhoyono, con el título de Campeón de la Reducción de Riesgos de Desastres.
Ahora, diez años después de aquella catástrofe, los únicos sig- nos externos que recuerdan aquel día son los barcos que fueron transportados a lugares impensables y que se han quedado allí, en lo alto de un edificio o en un lugar apartado de la playa, y los múltiples monumentos que salpican la costa, en recuerdo de los que perdieron la vida.
Pero también hay heridas ocultas que permanecen, relacionadas con el estrés producido por el desastre. La Organización Mundial de la Salud (OMS) cuantifica en torno al 20% la población de la zona afectada por este
tipo de trastornos psíquicos.
Pero si el tsunami devastó la provincia de Aceh, también es cierto que abrió la puerta a la paz, en una región que llevaba 29 años desangrándose en un interminable conflicto entre la guerrilla independentista y el ejército, que se había cobrado 15.000 vidas. Pocos meses después de la catástrofe, ambas partes firmaban un acuerdo en Helsinki, por el cual los separatistas entregaban las armas y el Gobierno retiraba las tropas y otorgaba una amplia autonomía a la región.
Desde entonces, las autoridades regionales gestionan las importantes reservas de gas y petróleo que posee la zona. No obstante, el ritmo de crecimiento de su economía es la mitad de la media nacional, que fue del 5% en el tercer trimestre del año, y uno de cada cinco habitantes vive con menos de un dólar al día, frente a una media nacional de uno de cada diez indonesios.
Sin embargo, la evolución de la situación económica no es lo único que preocupa a los habitantes de la provincia de Aceh. A mu- chos, especialmente los jóvenes, les inquieta cada vez más la creciente influencia de la ley islámica o charia. Es la única provincia de Indonesia, el mayor país musulmán del planeta, donde está permitida su aplicación. Una imposición derivada de la autonomía de que goza esta región, que constituye el bastión del conservadurismo islámico indonesio.
Y para asegurarse de su correcta aplicación, las autoridades regionales no han escatimado medios desde que asumieron el poder. Han creado una policía espe- cial que se dedica únicamente a vigilar que la población cumpla a rajatabla la ley. Están atentos a las vestimentas de las mujeres y no dudan en amonestarlas públicamente si no visten de forma decorosa o no llevan la cabeza convenientemente cubierta. Ordenan cerrar tiendas y cafeterías para la oración de los viernes. Adúlteros y homosexuales pueden ser castigados con penas de cárcel, latigazos o incluso lapidación en los casos más graves.
Muchos observadores de organizaciones no gubernamentales y analistas indonesios sostienen que tras el paso del tsunami, la implantación de la charia es la única transformación negativa que registra la provincia de Aceh una década después de aquel desastre. Una oleada de tradicionalismo que se explica porque esta provincia es la cuna de un conservadurismo islamista, que choca con la mentalidad y las costumbres más relajadas del país multiconfesional que es Indonesia.