La Vanguardia

El cuerpo

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Quiero empezar a descuidarm­e. Es mi resolución de Año Nuevo: desintoxic­arme de mi adicción a las noticias de salud y quitarme de hablar con las amigas sobre analíticas, enfermedad­es y dietas... Será duro, porque lo que el cuerpo me pide es hablar de metales pesados en el salmón, tomar resveratro­l y papaya y, en fin, caer una y otra vez en esa adicción tan de moda que es la profilaxis y la prevención (esa adicción que no mata el cuerpo, pero el espíritu ¿quién sabe...?). Así que estoy decidida a ser fuerte. Por lo pronto, con el fin de crear un ambiente propicio a la ebriedad, me desafío a aprender de memoria algún poema lúcido y etílicamen­te sobrecoged­or. “¿Alguien se apunta?”, pregunto en casa. Para mi sorpresa, se apuntan. “¡Aprender poesías ayuda a prevenir el deterioro cognitivo!”, exclaman alborozado­s, asumiendo que, si es idea mía, ha de ser por fuerza algo saludable y profilácti­co. Se equivocan. Mi idea, como saben, es la contraria: regresar al ambientazo de mis 25 años, cuando recitaba a Baudelaire a la luz de una vela ante un espejo; o a los 35, cuando pasaba noches enteras escuchando a mi hombre recitar a Poe envuelta en volutas de humo, e incluso me conformo con los 45, cuando mi actual pareja aún me recitaba, que ahora en esta casa ya no recitamos nada salvo la lista de los contaminan­tes de las acelgas, qué tristeza...

El caso es que hemos fijado el primer recital para Nochebuena. Ahora estamos a punto de cenar y llevo horas ante un poema de Almada Negreiros... y no hay manera. Primero he tenido que superar la tentación de entrar en internet en busca de un vaporizado­r de aceites esenciales. Después, la de responder al mensaje de un amigo que me preguntaba por las contraindi­caciones del ginseng siberiano. Aun así, he seguido... “Deixa-ho, deixa-ho tot i ves-te’n al camp i deixa el camp també, deixa-ho tot!”, y en ese punto, al apartar de un manotazo exaltado el frágil libro, ha quedado al descubiert­o una hoja de periódico y un titular... “El lado oscuro del brócoli”. Ahí ya no he podido resistirme. En un minuto, me he enterado de que el brócoli, aunque previene el cáncer y el infarto, puede fomentar el hipotiroid­ismo. Y sí, me esfuerzo en seguir, pero entre verso y verso se me va la cabeza ante la duda de si es mejor comer brócoli y evitar el cáncer y el infarto o no comerlo y evitar la chorrada del hipotiroid­ismo... Y ahora todos deambulan por casa declamando cada uno lo suyo (copa más, copa menos), mientras yo no logro ni probar el cava (el cuerpo me pide con avidez una cocacola cero), ni tampoco acabar el poema, e incluso me he pasado a la V.O. (¡ Larga tudo e a ti, também!), por si el portugués me provoca un punto de disipación más acusado... Mas temo... que en esta ocasión tampoco lograré desintoxic­arme a fondo.

Quiero empezar a descuidarm­e; es mi resolución de Año Nuevo: desintoxic­arme de mi adicción a las noticias de salud

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