Terror ciclotímico
Musarañas
Dirección: Esteban Roel y Juan Fernando Andrés
Intérpretes: Macarena Gómez, Nadia de Santiago, Luis Tosar, Hugo Silva.
Producción: España, 2014. 91 minutos. Comedia negra.
Si añoran estos días un poco de locura, entonces Musarañas. No lo duden. Algo de transgresión, para compensar. Si buscan rabia, pasión y unos ojos que se salen, ojos de hacha afilada –ojos de Bette Davis perdidos en una comedia tintada de horror– pues entonces Macarena Gómez, la protagonista. Porque la actriz tiene una mirada grande y expresiva con tendencia hacia el guiño de humor que la convierte en una fiesta en si misma.
Visualmente Musarañas es irrespirable y cerrada, limitada a un único espacio por el que se mueve (bien) la cámara. Es el suyo un mundo mohoso y húmedo, como la España de los cincuenta en que transcurre la historia de Montse (Macarena Gómez). Una modista agorafóbica, incapaz de abandonar su casa y pisar la calle. Esa casa que no llega a hogar bajo el recuerdo de un padre dominante y abusador (Luis Tosar). Personaje necesario para añadir espesura y grosor a las dos dimensiones habituales de Macarena.
Montse es una mujer de secretos mientras que su hermana (Nadia de Santiago) es otra cosa. De entrada, una hija para Montse desde, pongamos, desde que se quedaron solas. Y entre ambas, Carlos (Hugo Silva), seductor da- ñado, de pata quebrada y en casa (o en la habitación).
Además de ser el debut en el largo de los directores, hay en Musarañas un nombre que explica el desenfreno que acaba por dominarlo todo: Álex de la Iglesia, su productor. Musarañas tiene en buena medida las virtudes del director de Las brujas de Zugarramurdi y de otras inclasificables películas semejantes. Una propensión al exceso que mezcla de forma brillante terror con humor. Pero también están, ¡ay! sus defectos. La locura de Musarañas es ciclotímica, prácticamente bipolar. Sin matices. Y cuando estalla se llega a convertir en una parodia de sí misma; parodia que no atempera ni el drama subterráneo que recorre toda la historia. Y la comedia sigue y sigue hasta que sólo queda uno en pie. Y ese uno no es el espectador.