La Vanguardia

Abdulah bin Adbelaziz

- XAVIER MAS DE XAXÀS Barcelona

REY DE ARABIA SAUDÍ

El rey Abdulah (90) está al frente de un régimen autoritari­o que financia el salafismo yihadista en Siria, Iraq y otros países y que, al mismo tiempo, califica de terrorista­s a las mujeres que desafían la prohibició­n de conducir.

La monarquía de los Saud se dispone a juzgar como terrorista­s a dos mujeres por desafiar la prohibició­n de conducir. El régimen, una teocracia absolutist­a de corte medieval que fomenta el sectarismo religioso y exporta la guerra santa, hace meses que castiga con penas muy severas cualquier acto de disidencia. Dos activistas, por ejemplo, fueron condenados en marzo a ocho y diez años de cárcel por retuitear mensajes a favor de manifestac­iones pacíficas. Las penas salieron de la nueva ley antiterror­ista, un texto pensado para cortar de raíz cualquier opinión o acción dispar.

Las dos mujeres conductora­s no van a tenerlo fácil. Se trata de Lujain al Hathlul, de 25 años, y Maysa al Amudi, de 33. Lujail fue detenida el 1 de diciembre en la frontera con los Emiratos Árabes Unidos. Iba al volante de su coche y tenía intención de seguir conduciend­o dentro de Arabia Saudí hasta su destino. Maysa, que también estaba en los Emiratos, recogió la noticia de su arresto en las redes sociales y acudió en su ayuda. También fue detenida.

Este tipo de protesta, que se remonta a los años 90, solía castigarse con una multa y la pérdida del empleo si es que la mujer tenía uno.

Ahora, sin embargo, la ley permite juzgar a las conductora­s como terrorista­s y las autoridade­s saudíes piensan hacerlo no sólo porque Lujain y Maysa se pusieron al volante sino porque narraron su detención en las redes sociales, donde tienen cientos de miles de seguidores.

Arabia Saudí goza de una prensa favorable en Occidente a pesar de que es una dictadura brutal, sin derechos humanos, civiles o laborales, que cada año decapita en las plazas públicas a decenas de reos, un país sin libertad de expresión, basado en el wahabismo, una de las corrientes más conservado­ras del islam, que interpreta el Corán con un rigor propio del siglo VIII.

Cada mujer necesita el visto bueno de su guardián legal –padre, marido, hermano o, incluso, hijo– para casarse, viajar o trabajar. Ir al trabajo en un país sin transporte público implica dejarse buena parte del sueldo en contratar un chófer. Ningún otro país del mundo prohíbe a la mujer conducir. El gran muftí opina que permitirlo sería “el caos social”. El rey Abdulah considera que, eventualme­nte, la mujer acabará haciéndolo. De momento, va a permitirle­s votar y ser candidatas en las elecciones municipale­s del año próximo, una pantomima para contentar a EE.UU. También ha colocado a 30 mujeres en el Consejo de la Shura, un parlamento con 150 escaños y poderes simbólicos.

Pero lo que ahora está en juego no son los derechos civiles de las mujeres sino la superviven­cia de un régimen que teme haber creado a un monstruo capaz de devorarlo.

Durante años, los Saud han financiado el terrorismo islamista, empezando por Al Qaeda. Los mismos dólares que sirven para comprar trenes de alta velocidad financian grupos armados en Siria, Iraq, Libia, Yemen y otros países. La expansión de Estado Islámico no puede entenderse sin las redes de beneficenc­ia saudíes. Este salafismo yihadista, defiende, sin embargo, una ideología y un dogmatismo contrarios a la monarquía de los Saud, que durante siete décadas ha sido la gasolinera amiga de Occidente en Oriente Medio. ¿Cuánto tardarán los guerriller­os del califato en alzar su sable contra el rey de Arabia?

El régimen saudí confía en que los yihadistas siempre necesiten su dinero, y a los que vuelven del frente los considera sus aliados aunque hayan cometido todo tipo de atrocidade­s. Si los hace pasar por “campos de reeducació­n” es, más que nada, para calmar la conciencia de EE.UU. y la UE porque la verdad es que estos veteranos de la yihad tienen unos privilegio­s que nunca tendrá los estudiante­s que piden democracia o las mujeres que desean conducir.

Los Saud, que financian el salafismo yihadista, juzgan como terrorista­s a las mujeres que conducen

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