Rumanía, la revolución que no fue
Veinticinco años después de la muerte de Ceausescu, los rumanos todavía se preguntan cómo y por qué cayó la dictadura
“Había una bomba y de repente hubo un detonador. pero no sé cuál fue”, dice Vali Hotea, director rumano de una nueva película, Roxanne, que cuenta una historia romántica en torno a un informe de la policía secreta del tirano Nicolau Ceausescu, la temida securitate. Veinticinco años después de la caída del comunismo entonces existente –y del ajusticiamiento del dictador rumano y de su esposa, Elena–, Bucarest es el lugar ideal para analizar cómo se gestan las revoluciones.
Tanto es así que los mismos rumanos aun debaten la cuestión de si lo que ocurrió entre el 15 y el 25 de diciembre de 1989 fue una revolución o un maquiavélico golpe de estado. “Tenía 23 años, estaba en la plenitud de mi juventud, ¡añoraba tanto la libertad!, pero no esperaba que llegase de repente”, explica Hotea en un viejo bistrot, Legère, cerca de la plaza de la Universidad, escenario de los acontecimientos épicos de diciembre de 1989.
“Trabajaba en una fábrica. La represión en Timisoara había ocurrido una semana antes. El día 21 estuve en la plaza delante de la sede del Partido Comunista, vimos a Ceausescu marcharse en helicóptero y luego fuimos al hotel Intercontinental para que nos vieran los extranjeros; todos mis amigos estuvieron sin que hubiésemos hablado; sin necesidad de tener Facebook o Twitter”, dice.
“Después fue muy extraño; empezaron los tiroteos y no entendíamos quienes estaban disparando contra quienes. Fue un momento agridulce; mi primo fue asesinado a tiros. Aun debatimos lo que pasó. Fue ‘nosotros contra ellos’, pero no sabíamos exactamente quiénes eran ellos. ¿Quiénes eran esos terroristas?”, se pregunta. Veinticinco años después aun no lo sabe a ciencia cierta.
¿Por qué el pueblo se sublevó en ese preciso momento? ¿Cuál fue la mecha? Ceausescu, qué duda cabe, había creado abundante materia explosiva. La ingeniería social neoestalinista había desarraigado pueblos enteros en programas de industrialización forzada. Las políticas de autarquía adoptadas para reducir la deuda externa se basaban en salarios de miseria y la prohibición de las importaciones. El resultado: almacenes vacíos y, en algunas ciudades provinciales, hambruna. La austeridad, por supuesto, no entró en la residencia neoitalogótica de la pareja Ceausescu, en la zona diplomática de Bucarest . Tras la revolución se encontraron allí abrigos de visón y decenas de frascos de perfumes de Arpege, Nina Ricci, Mystère de Rochas, tirados por el suelo en torno a su bañera color rosa con grifos dorados.
Sin hablar del faraónico palacio popular neorrenacentista, más grande que la pirámide de Keops (un millón de metros cúbicos de mármol), para el uso de la casta privilegiada de la burocracia comunista.
Todo aquello era una bomba de relojería. Pero ¿cuál fue el detonador? “No sé; para mí personalmente fue la radio Free Europe y la BBC; me enteré de lo que pasaba en los otros países comunistas”, dice Hotea.
Una ola de cambio había arrasado Europa del este en los meses anteriores... En junio, había ganado las elecciones en Polonia el sindicato Solidarnosc, que encabezaba el movimiento pro democracia. En septiembre, el reformista gobierno húngaro de Miklos Nemeth abrió la frontera con Austria y cruzaron en tres días 40.000 alemanes proceden- tes de la RDA, dejando sus coches Trabant en la frontera. El muro de Berlín cayó el 10 de noviembre y tras la represión violenta de una manifestación en la plaza Wenceslao, viernes negro, el 17 de noviembre, cientos de miles de checoslovacos protagonizaron la llamada Revolución de terciopelo en Praga.
La espontaneidad se mezclaba en todas estas revoluciones con una voluntad de parte o toda la nomenklatura de tirar la toalla. Pero “la revolución rumana fue diferente”, resume Michael Meyer, corresponsal de Newsweek durante el año del cambio: “En otros países los regímenes quisieron acelerar su propio desmantelamiento; en Rumanía, la lucha se manchó de sangre”.
La rebelión espontánea de la minoría húngara en la ciudad fronteriza de Timisoara, el 16 de diciembre, fue provocada por el traslado a otra parroquia de un joven pastor protestante crítico con el régimen de Ceausescu. Pero lo que ocurrió después en Bucarest es materia de interminables debates (y unas cuantas películas de gran calidad de la nueva ola rumana).
Ceausescu compareció desde la sede del Partido Comunista el 21 de diciembre pero fue abucheado por la multitud. Cuando la pareja huyó en helicóptero, estalló una miniguerra civil en Bucarest librada probablemente por miembros de la securitate leales a Ceausescu.
Pero la composición del Frente de salvación nacional (FSN), que se hizo con la televisión nacional y se proclamó gobierno revolucionario, planteaba serios interrogantes respecto a quienes provocaron a la violencia. Los “revolucionarios” del FSN incluían al general Victor Stanculescu, amigo de Elena Ceausescu, y al excolaborador del dictador Ion Iliescu, que sería el primer presidente de una democracia dominada por una oligarquía poscomunista. ¿Acaso había sido Iliescu el detonador, fomentando “una miniguerra para legitimar el nuevo poder, dándole el prestigio de ser salvador de la revolución”?, se pregunta Tom Gallagher, de la Universidad de Bradford (Inglaterra ) en su libro Theft of a nation (El robo de una nación) (2005). La ejecución el día 25 de diciembre de 1989 de la pareja Ceausescu tras un juicio sumario, evitó una vista que quizás hubiese resultado embarazosa para Iliescu.
Esta revolución sí fue televisada. Es más, Iliescu supo aprovecharlo. “Muchos vivimos la revolución a través de la televisión y eso condicionó nuestras acciones; es difícil encontrar una verdad objetiva porque todos creamos nuestra ficción”, dice Cornelio Poroumbiu, otro cineasta de la nueva ola, autor de la premiada comedia negra 12:08 al este de Bucarest (2006): “Si la gente se lanzó a la calle después del anuncio de la revolución en la televisión (a las 12 horas, 8 minutos), pues no puede ser una revolución”, plantea uno de los tertulianos en la película.
Tras 25 años de transición frustrante, en Rumanía –tanto como
“Fue ‘nosotros contra ellos’, pero no sabíamos exactamente quiénes eran ellos”, dice el cineasta Hotea El juicio sumario a Ceausescu evitó una vista que podía haber sido embarazosa para el nuevo poder
en muchos otros países excomunistas–, la euforia de 1989 se ha convertido en desencanto.
En Rumanía, aunque la elección de Klaus Yohannis, rumano alemán el mes pasado ha despertado alguna esperanza, para muchos todavía es más fácil cambiar el pasado que el futuro. “Nuestra única gran narrativa es la revolución”, dijo Claudia Craciun, analista de la Escuela Nacional de Ciencia Política y administración publica en Bucarest. “Lo lógico sería que el futuro fuese incierto en un país en vías de transición, pero aquí se siente mas incertidumbre respecto al pasado”.