Felipe VI, emocional; Rajoy, marmóreo
El presidente parece estar aguardando unas elecciones catalanas espesas y sin claro vencedor
A Mariano Rajoy se le escapó ayer una expresión muy reveladora sobre sus planes. Después de recordar que hace un año pronosticó la mejora de la economía, citó a los periodistas para dentro de doce meses. “2012 fue el año del ajuste, 2013, el de las reformas, 2014, de la recuperación, 2015, será el del despegue; cuando dentro de un año comparezca ante ustedes, lo podremos ver”, dijo el presidente.
Si se cumple el calendario de la legislatura, dentro de un año ya se habrán celebrado elecciones generales, se habrá constituido el nuevo Parlamento y probablemente se estará ultimando la formación del nuevo Gobierno. Si Rajoy se imagina triunfalista dentro de un año en la sala de Columnas de Moncloa, sólo caben dos explicaciones: está absolutamente convencido de la victoria electoral, o pretende alargar la legislatura hasta las primeras semanas del 2016. ,
El Gobierno, efectivamente, ha pensado en la posibilidad de añadir unas semanas más a su mandato. Poco después del verano, los abogados del Estado adscritos a la Presidencia recibieron el encargo de estudiar esa hipótesis, puesto que las últimas elecciones generales se celebraron el 20 de noviembre del 2011, pero Mariano Rajoy no formó gobierno hasta el 22 de diciembre. Se trataría de estirar la legislatura sin violentar la ley, para poder capitalizar la próxima campaña navideña. Un año completo de intenso masaje sobre la mejora económica.
Al parecer, tal posibilidad existe, pero no parece una opción muy decorosa en estos momentos. De mantenerse las actuales coordenadas, un final de legislatura con el partido gobernante pegado con cola a las sillas, podría ser una definitiva invitación al voto de castigo. Preguntado por un periodista atento al lapsus, Rajoy intentó arreglar el malentendido con su estilo habitual: cerró la puerta, sin pasar el pestillo.
Todo puede ser. Todo depende. De entrada habrá que ver qué dicen las encuestas entre febrero y marzo, momento en el que habrá que descartar, de manera definitiva, la posibilidad de adelantar las generales y hacerlas coincidir con las municipales y autonómicas del mes de mayo. Por encima de todo, Rajoy quiso enviar ayer un mensaje de tranquilidad a su partido y a sus electores más fieles.
Rajoy está en campaña desde el pasado 10 de noviembre, cuando la gran difusión internacional de las imágenes de la consulta catalana le envió una señal de peligro: “Cuida tu flanco derecho”. “Cuida tu política de comunicación”. Al cabo de unas horas se activaban los mecanismos para la inmediata presenta- ción de una querella contra Artur Mas –se activaron con tanta rudeza, que el propio Fiscal General del Estado se sintió desautorizado– y se comenzaban a tomar decisiones para una nueva estrategia de comunicación.
Rajoy está en campaña y se dirige de manera preferente al núcleo rocoso de la derecha, a la España conservadora de provincias, a las clases medias poco damnificadas por la crisis, a los rentistas, a la gente mayor y a todos los pensionistas. Movilizando todo ese espectro sociológico, en el Partido Popular creen que es posible retener la mayoría –incluso sin alcanzar el 30% de los votos– ante el previsible estropicio de Podemos en el área electoral del PSOE.
Sumar a todos los conservadores y fomentar el conservadurismo. En esta estrategia, la cuestión de Catalunya juega, evidentemente, un papel importante. A diferencia de lo que hizo el Rey en su discurso de Navidad, Rajoy apenas menciona la palabra Catalunya. Frialdad, distancia y un mensaje insistente: la sociedad catalana no colapsa gracias a la benevolencia del Estado. A medida que pasan las semanas, su lenguaje sobre el caso de los catalanes va adquiriendo tonos cada vez más metálicos. Al ser preguntado por la reconciliación emocional que proponía Felipe VI en su mensaje, el presidente del Gobierno adoptó una expresión marmórea.
Rajoy necesita unas elecciones espesas en Catalunya, cuanto antes. Necesita una magnífica y densa pelea entre facciones catalanas, con incierto vencedor, para apuntalar su discurso de fondo: O nosotros o el caos.