La urdimbre del cambio
Si Felipe VI hace su mensaje navideño; si Rajoy efectúa balance, y si los presidentes autonómicos se ponen en plan de pequeños jefes de Estado y lanzan también sus mensajes, la señal es inequívoca: se acaba el año. Y hay que decirlo de entrada: ha sido el año de las grandes pruebas. El tiempo dirá si ha sido, además, el periodo de la gran renovación. De momento, el 2014 nos deja en herencia un interesante cuadro de nuevos actores: nuevo Rey, nuevo jefe de la oposición estatal, nuevo e imprevisto aspirante a la gobernación, nueva e incierta tensión territorial, nuevo planteamiento de los pactos históricos. Lo viejo empezó a morir, simbólicamente representado por el fallecimiento de Adolfo Suárez. No es pequeño balance.
Con la mínima perspectiva del tiempo de cierre, se puede decir que crujieron todas las estructuras del Estado, pero no se rompió ninguna… que sepamos. La Corona estuvo zarandeada por la proximidad de la corrupción y con un titular de la institución que mostró ostentosamente sus debilidades físicas en la Pascua Militar. El republicanismo tuvo su oportunidad de oro en la abdicación y en el descenso de popularidad de la monarquía. Pero una de dos: o no hay republicanismo en España, o la monarquía es más sólida de lo que pensábamos. Felipe VI llegó al trono con una normalidad impropia de este país. No diré que la Corona está definitivamente consolidada, porque eso lo hay que ganar día a día, pero el nuevo Rey disfruta de índices de aceptación similares al mejor momento de su padre.
Como si un monarca joven abriese un nuevo tiempo, cambió la lista de los aspirantes, se marchó Rubalcaba, llegó Sánchez y la nueva estrella polar se llama Podemos. Por el momento no es más que un estado de ánimo. Su balan- ce es magnífico por su vertiginoso crecimiento en intención de voto y ha modificado el discurso de todos los demás. Parece que todo se hace y se dice en función de Podemos. Su desafío es jubilar a toda una generación. Ya está destrozando mayorías, incluidas las nacionalistas. Su ascenso y el de Ciudadanos sugieren que 2014 es el pórtico de un nuevo estilo, nuevas caras y nuevo lenguaje. Unidos al nuevo estilo y lenguaje del Rey, la impresión es que este país se encuentra en el umbral de un cambio profundo. Se avecina una apasionante batalla entre la seducción de la novedad y la fortaleza de la resistencia.
Y al fondo, como durante los últimos tres años, Catalunya. Hubo meses donde pareció inevitable la secesión. El independentismo se mostró más ágil que el Estado para dominar el escenario. Pese a todo, el fin de año deja en los sondeos un menor número de partidarios de romper con España. Pero la semilla de la separación está ahí. La intención del nacionalismo no cambió. El mayor éxito estatal es poder decir que, después de todas las tensiones, Catalunya sigue en España. Pero sigue por imperativo legal. El reencuentro afectivo que propugna el Rey es fácil de invocar. Pero necesita una ejecución política larga en el tiempo, dudosa con los actuales agentes y necesitada de encajes legislativos que Rajoy no está dispuesto a acometer.