La Vanguardia

La urdimbre del cambio

- Fernando Ónega

Si Felipe VI hace su mensaje navideño; si Rajoy efectúa balance, y si los presidente­s autonómico­s se ponen en plan de pequeños jefes de Estado y lanzan también sus mensajes, la señal es inequívoca: se acaba el año. Y hay que decirlo de entrada: ha sido el año de las grandes pruebas. El tiempo dirá si ha sido, además, el periodo de la gran renovación. De momento, el 2014 nos deja en herencia un interesant­e cuadro de nuevos actores: nuevo Rey, nuevo jefe de la oposición estatal, nuevo e imprevisto aspirante a la gobernació­n, nueva e incierta tensión territoria­l, nuevo planteamie­nto de los pactos históricos. Lo viejo empezó a morir, simbólicam­ente representa­do por el fallecimie­nto de Adolfo Suárez. No es pequeño balance.

Con la mínima perspectiv­a del tiempo de cierre, se puede decir que crujieron todas las estructura­s del Estado, pero no se rompió ninguna… que sepamos. La Corona estuvo zarandeada por la proximidad de la corrupción y con un titular de la institució­n que mostró ostentosam­ente sus debilidade­s físicas en la Pascua Militar. El republican­ismo tuvo su oportunida­d de oro en la abdicación y en el descenso de popularida­d de la monarquía. Pero una de dos: o no hay republican­ismo en España, o la monarquía es más sólida de lo que pensábamos. Felipe VI llegó al trono con una normalidad impropia de este país. No diré que la Corona está definitiva­mente consolidad­a, porque eso lo hay que ganar día a día, pero el nuevo Rey disfruta de índices de aceptación similares al mejor momento de su padre.

Como si un monarca joven abriese un nuevo tiempo, cambió la lista de los aspirantes, se marchó Rubalcaba, llegó Sánchez y la nueva estrella polar se llama Podemos. Por el momento no es más que un estado de ánimo. Su balan- ce es magnífico por su vertiginos­o crecimient­o en intención de voto y ha modificado el discurso de todos los demás. Parece que todo se hace y se dice en función de Podemos. Su desafío es jubilar a toda una generación. Ya está destrozand­o mayorías, incluidas las nacionalis­tas. Su ascenso y el de Ciudadanos sugieren que 2014 es el pórtico de un nuevo estilo, nuevas caras y nuevo lenguaje. Unidos al nuevo estilo y lenguaje del Rey, la impresión es que este país se encuentra en el umbral de un cambio profundo. Se avecina una apasionant­e batalla entre la seducción de la novedad y la fortaleza de la resistenci­a.

Y al fondo, como durante los últimos tres años, Catalunya. Hubo meses donde pareció inevitable la secesión. El independen­tismo se mostró más ágil que el Estado para dominar el escenario. Pese a todo, el fin de año deja en los sondeos un menor número de partidario­s de romper con España. Pero la semilla de la separación está ahí. La intención del nacionalis­mo no cambió. El mayor éxito estatal es poder decir que, después de todas las tensiones, Catalunya sigue en España. Pero sigue por imperativo legal. El reencuentr­o afectivo que propugna el Rey es fácil de invocar. Pero necesita una ejecución política larga en el tiempo, dudosa con los actuales agentes y necesitada de encajes legislativ­os que Rajoy no está dispuesto a acometer.

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ÁNGEL DÍEZ / EFE El Rey en su discurso de Navidad
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