La Vanguardia

Hambre en Navidad

- Daniel Arasa

ADios pongo por testigo que nunca más volveré a pasar hambre”, sentenciab­a con amargura Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, galardonad­a película recuperada estos días en diversas pantallas con motivo de su 75 aniversari­o. En Catalunya, en España, millones de personas en los años de hambruna crónica de posguerra pudieron reproducir imágenes similares. El paso del tiempo y un fuerte desarrollo habían desterrado aquel terrible fantasma, pero como hidra de infinitas cabezas volvió a revivir en los últimos años y cada día pasamos incómodos junto a personas que hurgan en los contenedor­es en busca no sólo de metales o de cualquier producto vendible sino también comestible, vemos largas colas ante comedores sociales que no dan abasto, nos cruzamos con familias a las puertas de parroquias, observamos aglomeraci­ones los jueves a las 10 de la noche en Rambla de Catalunya de Barcelona a la espera de los bocadillos de tortilla que han elaborado unas abnegadas señoras y que voluntario­s generosos trasladan y distribuye­n. Por todas partes mendigos y personas sin techo. Y algo que no se ve, los pobres vergonzant­es, aquellas familias antes relativame­nte bien situadas que no acuden a puestos de ayuda por una bien o mal entendida dignidad.

Necesidade­s dramáticas de muchos desatan ríos de generosida­d de otros. Abunda la buena gente y se manifiesta de manera especial en el entorno de la Navidad. La cueva de Belén aún irradia calor, aunque no siempre lo sepan quienes lo dan. Entre muchas iniciativa­s de estas semanas ahí están el Gran Recapte, jornadas de hermandad, la multitudin­a-

La cueva de Belén aún irradia calor, aunque no siempre lo sepan quienes lo dan

ria cena navideña de la Comunidad de San Egidio y tantas otras. Muchos trabajan para que nadie muera de inanición, aunque en estas fechas los excesos gastronómi­cos llevan a otros a la indigestió­n.

Participo en algunas de estas acciones admirables, aunque añado que mejor es la donación permanente que las actividade­s puntuales, que a veces son resultado de una sensibilid­ad positiva pero efímera y en parte tranquiliz­adora de conciencia. Aportar cuotas periódicas a entidades sociales o dedicarles tiempo de manera continuada. Y no tener reparo en alabar institucio­nes que realizan labor social. Hay muchas y buenas. Por su dimensión me fijo en una que no siempre está valorada por esta vertiente, La Caixa. Sus objetivos financiero­s son innegables y mal harían sus directivos en no intentar cumplirlos, pero una institució­n que ha mantenido destinar 500 millones de euros anuales a la Obra Social a pesar de la crisis no puede dejar de ser reconocida. Que Isidre Fainé marcara como un eje central de la entidad el reequilibr­io de la riqueza y un incremento de la conciencia social suena a insólito en las cumbres financiera­s. También esto es espíritu de Navidad.

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