Hambre en Navidad
ADios pongo por testigo que nunca más volveré a pasar hambre”, sentenciaba con amargura Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, galardonada película recuperada estos días en diversas pantallas con motivo de su 75 aniversario. En Catalunya, en España, millones de personas en los años de hambruna crónica de posguerra pudieron reproducir imágenes similares. El paso del tiempo y un fuerte desarrollo habían desterrado aquel terrible fantasma, pero como hidra de infinitas cabezas volvió a revivir en los últimos años y cada día pasamos incómodos junto a personas que hurgan en los contenedores en busca no sólo de metales o de cualquier producto vendible sino también comestible, vemos largas colas ante comedores sociales que no dan abasto, nos cruzamos con familias a las puertas de parroquias, observamos aglomeraciones los jueves a las 10 de la noche en Rambla de Catalunya de Barcelona a la espera de los bocadillos de tortilla que han elaborado unas abnegadas señoras y que voluntarios generosos trasladan y distribuyen. Por todas partes mendigos y personas sin techo. Y algo que no se ve, los pobres vergonzantes, aquellas familias antes relativamente bien situadas que no acuden a puestos de ayuda por una bien o mal entendida dignidad.
Necesidades dramáticas de muchos desatan ríos de generosidad de otros. Abunda la buena gente y se manifiesta de manera especial en el entorno de la Navidad. La cueva de Belén aún irradia calor, aunque no siempre lo sepan quienes lo dan. Entre muchas iniciativas de estas semanas ahí están el Gran Recapte, jornadas de hermandad, la multitudina-
La cueva de Belén aún irradia calor, aunque no siempre lo sepan quienes lo dan
ria cena navideña de la Comunidad de San Egidio y tantas otras. Muchos trabajan para que nadie muera de inanición, aunque en estas fechas los excesos gastronómicos llevan a otros a la indigestión.
Participo en algunas de estas acciones admirables, aunque añado que mejor es la donación permanente que las actividades puntuales, que a veces son resultado de una sensibilidad positiva pero efímera y en parte tranquilizadora de conciencia. Aportar cuotas periódicas a entidades sociales o dedicarles tiempo de manera continuada. Y no tener reparo en alabar instituciones que realizan labor social. Hay muchas y buenas. Por su dimensión me fijo en una que no siempre está valorada por esta vertiente, La Caixa. Sus objetivos financieros son innegables y mal harían sus directivos en no intentar cumplirlos, pero una institución que ha mantenido destinar 500 millones de euros anuales a la Obra Social a pesar de la crisis no puede dejar de ser reconocida. Que Isidre Fainé marcara como un eje central de la entidad el reequilibrio de la riqueza y un incremento de la conciencia social suena a insólito en las cumbres financieras. También esto es espíritu de Navidad.