Serie de arte y ensayo
Producida por Arte, la serie P’tit Quinquin ya puede encontrarse en las plataformas de venta legal de DVD. Son cuatro capítulos escritos y dirigidos por Bruno Dumont, un cineasta respetado por la tribu del arte y ensayo cinematográfico. Aquí cambia de registro y apuesta por un thriller rural tragicómico. El escenario es un pueblecito del norte de Francia, a orillas de una playa luminosa que rehúye el tópico del tiempo de perros. La trama empieza con un indicio con estructura de muñeca rusa (parece que se burle de los cadáveres totémicos de True detective o Hannibal): una vaca loca muerta con, en el interior, trozos del cadáver de una mujer adúltera decapitada. La extravagancia criminal continúa y, a continuación, tropezamos con otra vaca loca caníbal que permite desplegar un hilo de truculencia a un ritmo de un asesinato por capítulo. La pareja investigadora está formada por dos gendarmes disfuncionales. En la vida real, los actores escogidos son jardineros. El protagonista tiene la virtud de acumular, en una misma presencia monumentalmente caricaturesca, un repertorio de tics, una mirada que recuerda la de Michel Simon y una dicción que obliga a rebobinar (como el actor era incapaz de memorizar sus réplicas, Dumont le puso un pinganillo, de modo que, antes de abrir la boca, el actor pone cara de esperar la réplica y eso multiplica su vena cómica).
La serie ha provocado un debate sintomático del dogmatismo audiovisual que vivimos. Muchos críticos de cine la adoran mientras que la crítica televisiva es menos entusiasta. Es evidente que P’tit Quinquin se mueve en un territorio conceptual más arriesgado al de la mayoría de series. Y donde más experimenta es con el ritmo, deliberadamente arítmico, con digresiones contemplativas que recuerdan el lado más desconcertante de Twin Peaks. Quizás sí que el metraje está descompensado y bastarían tres capítulos. Pero la experiencia es estimulante, rara, con detalles disonantes que obligan al espectador a estar atento y a intuir que Dumont busca (y casi siempre logra) una naturalidad basada en la artificialidad. Una naturalidad construida más en la sala de montaje que en el plató, que nos lleva a un territorio que mezcla lo que llamamos humor belga (que no significa nada pero ya nos entendemos), el lirismo de las películas iniciáticas con antihéroes anónimos (tipo La guerre desde boutons), el retrato de un país y su gente, unos diálogos contraculturales y una comicidad que es el gran aliciente de una trama que acaba igual que empieza: sin saber quién es el asesino.
LA PAREJA INVESTIGADORA ESTÁ FORMADA POR DOS GENDARMES DISFUNCIONALES. EN LA VIDA REAL, LOS ACTORES ESCOGIDOS SON JARDINEROS