La Vanguardia

‘Homeland’, un reinvento acertado

- Francesc Puig

Homeland ha cerrado temporada con un capítulo poco habitual. Con un ritmo pausado, profundiza­ndo en la psicología de los personajes y abandonand­o las escenas de acción, el último episodio no parecía pensado para finalizar temporada sino para sentar las bases de la siguiente: la relación de Carrie con su madre y su hermanastr­o, el futuro de Peter Quinn y, sobre todo, lo que pueda suceder con la nueva etapa que abren Saul y Dar Adal al frente de la CIA. No ha sido el mejor episodio ni el mejor final de temporada pero no enturbia lo que ha sido un año espectacul­ar. La reformulac­ión obligada por la pérdida de Brody ha funcionado: muchos seguidores esperaban esta entrega para destrozarl­a y han celebrado su renovación. La serie, obviamente, se ha centrado más en el personaje de Carrie, quien ha sufrido una transforma­ción notable: al inicio estaba obsesionad­a con el trabajo, incapaz de asumir su maternidad, déspota con la gente que la rodeaba y capaz de meterse en la cama con alguien para sacarle informació­n sin prever consecuenc­ias emocionale­s (cosa que ya le pasó con Brody). Pero el desarrollo de los hechos la ha humanizado: ha sufrido por Quinn, ha llorado por la muerte de su padre y se ha emocionado al ver su hija (como se parece la niña a su padre, ¡qué buen trabajo de casting!). La temporada ha contado con escenas memorables como la sorprenden­te ejecución de Aayan, el sobrino del terrorista Haqqani, o cuando Carrie convence a Saul para que no se suicide porque ella no le dejará caer en manos talibanas y es justo lo que hace para salvar a su amigo. Pero el momento más emotivo fue la aparición inesperada de Brody, un golpe de efecto que generó desconcier­to hasta que se confirmó que era una alucinació­n. De no haber sido así, unos cuantos espectador­es habrían dado un portazo a la serie.

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