‘Homeland’, un reinvento acertado
Homeland ha cerrado temporada con un capítulo poco habitual. Con un ritmo pausado, profundizando en la psicología de los personajes y abandonando las escenas de acción, el último episodio no parecía pensado para finalizar temporada sino para sentar las bases de la siguiente: la relación de Carrie con su madre y su hermanastro, el futuro de Peter Quinn y, sobre todo, lo que pueda suceder con la nueva etapa que abren Saul y Dar Adal al frente de la CIA. No ha sido el mejor episodio ni el mejor final de temporada pero no enturbia lo que ha sido un año espectacular. La reformulación obligada por la pérdida de Brody ha funcionado: muchos seguidores esperaban esta entrega para destrozarla y han celebrado su renovación. La serie, obviamente, se ha centrado más en el personaje de Carrie, quien ha sufrido una transformación notable: al inicio estaba obsesionada con el trabajo, incapaz de asumir su maternidad, déspota con la gente que la rodeaba y capaz de meterse en la cama con alguien para sacarle información sin prever consecuencias emocionales (cosa que ya le pasó con Brody). Pero el desarrollo de los hechos la ha humanizado: ha sufrido por Quinn, ha llorado por la muerte de su padre y se ha emocionado al ver su hija (como se parece la niña a su padre, ¡qué buen trabajo de casting!). La temporada ha contado con escenas memorables como la sorprendente ejecución de Aayan, el sobrino del terrorista Haqqani, o cuando Carrie convence a Saul para que no se suicide porque ella no le dejará caer en manos talibanas y es justo lo que hace para salvar a su amigo. Pero el momento más emotivo fue la aparición inesperada de Brody, un golpe de efecto que generó desconcierto hasta que se confirmó que era una alucinación. De no haber sido así, unos cuantos espectadores habrían dado un portazo a la serie.