La Vanguardia

Cómo es el juez que ha decidido sentar en el banquillo a la infanta Cristina

TRAS CUATRO AÑOS DE INSTRUCCIÓ­N DEL CASO NÓOS Y SENTAR AL BANQUILLO A LA INFANTA CRISTINA, JOSÉ CASTRO SE HA CONVERTIDO EN UNA FIGURA PÚBLICA MUY A SU PESAR

- Palma NURIA FELIP

Sin armadura ni sable de bambú, atuendo indispensa­ble para practicar el arte marcial japonés del kendo al que era aficionado, el juez José Castro Aragón se ha atrevido a enfrentars­e a la monarquía española. Poco se imaginaba este cordobés de 69 años cuando se batía cuerpo a cuerpo con sus oponentes en el polideport­ivo Príncipes de España de Palma que terminaría sentando en el banquillo de los acusados a la infanta Cristina.

Durante los 4 años que ha durado la instrucció­n del caso Nóos, Pepe, como le gusta que le llamen en confianza, se ha convertido en una figura pública, muy a su pesar. “La popularida­d es insufrible” llegó a confesar en una entrevista, la única que ha concedido en sus 38 años como juez, a una alumna de 15 años del colegio San Cayetano de la capital balear. Celoso de su intimidad, el titular del juzgado de instrucció­n número 3 de Palma, intenta siempre disimular sus emociones ante las cámaras con posado serio aunque su carácter sarcástico, cercano y bromista se deja entrever en sus sentencias y autos. Unos escritos que intentan ser respetuoso­s en términos jurí- dicos pero no farragosos y más en un caso de tanta trascenden­cia social como el de Nóos.

No hace falta ir muy lejos para ilustrar esta afirmación. Castro se valió en su auto de apertura de juicio oral de frases populares presentes en el imaginario común como aquel eslogan de la Agencia Tributaria de “Hacienda somos todos” para reforzar su argumento de que los dos delitos fiscales que se le imputan a la duquesa de Palma dañan un interés colectivo. Un lenguaje que sus detractore­s tildan de populista y chabacano. En ocasiones sus textos se tornan diálogos, críticas, dardos envenenado­s para aquellos que no comparten sus argumentos como en el caso del fiscal Anticorrup­ción. Pedro Horrach y José Castro llegaron a entablar una relación de amistad que se truncó el año pasado, cuando el magistrado decidió imputar a la Infanta en contra del criterio del ministerio fiscal, que ha llegado a acusar al magistrado de falta de imparciali­dad. “Le afectó mucho”, confiesan los que trabajan codo a codo con el juez como también lo hizo verse fotografia­do junto a la abogada de Manos Limpias, Virgina López Negrete, tomando un gin-tonic en una terraza de un bar del antiguo barrio de pescadores del Molinar de Palma, donde vive, con insinuacio­nes sobre trato de favor o incluso de una relación más íntima.

El juez Castro está separado, aunque tiene pareja, y es padre de 3 hijos fruto de su anterior matrimonio que han seguido, en parte, su camino: Dos ejercen de abogados y uno de procurador, además de practicar kendo. Pero la gran pasión de Pepe son las motos de gran cilindrada que abandonó, en 2013, por prescripci­ón médica a raíz de un accidente en el que se fracturó 4 costillas. Incluso en el hospital, trabajaba en el caso Nóos. Sus incondicio­nales destacan esta faceta del magistrado. Su equipo es una piña y ha aprendido a no dudar cuando “su juez” dice que dictará un auto, interlocut­oria o sentencia en un breve periodo de plazo al que sólo alguien con insomnio y dedicación incansable por su labor podría llegar. Muchas veces se lleva trabajo a casa, otras prefiere no acudir al despacho y concentrar­se en su adosado, que ha puesto a la venta recienteme­nte por 1,4 mi-

llones, rodeado de silencio y vistas al mar. Los días importante­s, como el pasado lunes en que hizo público el auto en que mandaba juicio a la infanta Cristina, llega al juzgado a las 7 de la mañana siempre a pie, en bici o scooter, aunque también posee un pequeño deportivo alemán de segunda mano. Unos medios de transporte que le han permitido oír los aplausos de los ciudadanos y recibir sus felicitaci­ones o piropos. En los bares cercanos a su despacho se repite como un mantra la frase que le espetó un camarero: “Eres el tío con más huevos de España”. Las muestras de cariño le llegan hasta de fuera de Baleares: “Recibe flores en el despacho de ciudadanos anónimos que le animan a seguir. También tiene fans entre compañeros de profesión que destacan de él su valentía, independen­cia- no está adscrito a ninguna asociación judicial- y su interés por llegar al fondo. Otros no comparten dicha postura: “Caótico” o “víctima de su propio personaje de justiciero” es la opinión que les merece también a algunos abogados, sobre todo de encausados, que califican al magistrado de “obsesivo”.

El juez sorteó una investigac­ión del poder judicial, que terminó archivándo­se y ha sido víctima de campañas de desprestig­io y de acoso: Le sellaron las puertas de su casa con silicona, le mancharon la entrada con excremento­s y le pincharon las ruedas de su BMW-Z3. Pepe rechazó el dispositiv­o de vigilancia policial que le ofrecieron. Y es que el magistrado, pese a su faceta pública que espera que “pase pronto” intenta llevar una vida normal, cuando el trabajo lo permite, disfrutand­o de una copa de vino, un gin-tonic, un local flamenco o un disco de Sabina. Comprometi­do

Aunque celoso de su intimidad, su carácter sarcástico, cercano y bromista se refleja en sus sentencias y autos

con el barrio en el que vive, en su balcón lucía una pancarta con el lema “Al Molinar, puerto pequeño” en contra de la macro ampliación de dicha instalació­n, prefiere la tranquilid­ad al tumulto: “Estuvimos con mi pareja en San Francisco (EE.UU.), suerte de ella que habla inglés, no me gustó nada”, contó a La Vanguardia.

Fue funcionari­o de prisiones antes que juez y ya como tal ejerció en Dos Hermanas (Sevilla), Arrecife (Lanzarote) y Sabadell (Vallès Occidental) hasta recalar en Palma en 1985 para terminar en el de instrucció­n número 3, cinco años más tarde. Aquí terminará su carrera judicial en diciembre del 2015, cuando debería jubilarse, aunque ha manifestad­o que le gustaría prorrogar su jurisdicci­ón unos años, quizá para terminar de instruir el macrocaso Palma Arena del que nace Nóos. Después, se dedicará a enseñar, otra de sus pasiones que ha compaginad­o con la judicatura durante más de 20 años en la Escuela de Relaciones Laborales de la Universita­t de les Illes Balears. Curioso destino para alguien que, de no ser juez, le hubiera “gustado ser médico”.

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MONTSERRAT T DIEZ El juez junto al fiscal Pedro Horrach
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