Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar

De camino hacia la memoria de Tito Puente, el “rey de los timbales”, aparece La Marqueta. Sin intención de visitarlo, ahí está el enclave que Enric González, en su entrañable libro Historias de Nueva York (RBA) describe como “el gran mercado latino” (Park Avenue, entre las calles 112 y 116, en el East Harlem), en el corazón de El Barrio, desbordante de hispanidad y de pastelerías, y al que incluye en la lista de “algunas de las cosas más extraordinarias que pueden verse en el mundo”.

Por este lugar anduvo Rubén Blades, que dejó testimonio en una de sus canciones. Vino a ver si encontraba una guayaba, “la busco por el monte y por La Marqueta”. En este desolador día de diciembre, típico de esta ciudad en invierno –lluvioso, oscuro, frío, poco apropiado para espíritus melancólicos y más en vísperas navideñas–, el gran mercado, bajo las vías del tren elevado, sólo conserva la reminiscencia del nombre. En aras de la higiene urbana, esto ya no es lo que era. Han domesticado incluso al bullicio.

Por suerte, para consuelo de nostalgias desmedidas, al lado queda una tienda donde venden estatuas de vírgenes, santos y demás tropa. Los carteles interiores se leen como pura sociología, que cada uno saque conclusiones. En uno dice: “Tenemos doce cámaras en marcha”. En otro: “Si se lleva algo sin pagar, sobre usted y sus familiares caerá el gafe y la maldición”.