La Vanguardia

Preguntas sin respuesta

- MARIÁNGEL ALCÁZAR

Dice un adagio que “cuando te sabes las respuestas, te cambian las preguntas”, aunque casi es peor que no te hagas preguntas. A la infanta Cristina, convertida por obra y gracia (o, desgracia) del juez José Castro, en la primera hija de rey y hermana de rey de la historia y del mundo en ser llamada al banquillo de los acusados se le vienen ofreciendo, interesada o desinteres­adamente, las respuestas a su situación desde el mismo momento en el que ella empezó a preguntars­e en qué momento había entrado en un laberinto al que había accedido como si fuera el jardín de las delicias. La respuesta de cómo ha llegado hasta aquí la tiene ella misma y hay que buscarla en la falta de preguntas en el momento en el que, hace ya 18 años, decidió casarse con el jugador de balonmano Iñaki Urdangarin. No se preguntó doña Cristina si sería capaz de conciliar su vida institucio­nal con su vida personal. Si se hubiera cuestionad­o la posible incompatib­ilidad entre el querer y el deber quizá habría dudado pero, en aquella situación, dada la fuerza de su amor desbordado, segurament­e habría decidido no sacrificar el futuro que se dibujaba ante ella como una feliz madre y esposa moderna y burguesa, siguiendo el modelo de sus cuñadas Urdangarin, por un pasado de infanta del que ella misma había renegado en sus tiempos de rebeldía.

Porque Cristina de Borbón llegó a Barcelona, en 1991, con algo más de 25 años, dispuesta a beberse una vida que en Madrid se le estaba atragantan­do. Aquí vivió sola, o en compañía de otra rebelde sin causa como su prima Alexia de Grecia, y disfrutó de la noche y el día. Lluís Reverter fue más que su padrino, su ángel de la guarda, que la guió hasta llegar a la Fundació La Caixa, un trabajo que le permitía trabajar en un sector y en un entorno en el que la iban a proteger, incluso de sí misma.

Pero el recreo no se acabó y la infanta Cristina ya no volvió al internado. en Barcelona vivió amores intensos pero todos los elegidos, con el denominado­r común del deporte y la galanura, se echaron atrás cuando a la pregunta ¿tendré que renunciar a mi vida por ella? se contestaro­n “sí”. Hasta que llegó Urdangarin y ni él, ni ella se hicieron esa pregunta, simplement­e dieron por hecho que iban a gozar de lo mejor de cada mundo. Si ya fue difícil jugar un partido de balonmano un día y al siguiente presidir una inauguraci­ón, lo demás era imposible y sin embargo fue, porque no hay respuestas para las preguntas que nadie se hace.

FUTURO IMPERFECTO

El primer efecto de la decisión del juez José Castro es que la infanta Cristina se enfrenta ahora a un futuro incierto en cuestiones laborales y logísticas, por no entrar en la posibilida­d de que, por fin, se convenza de que su renuncia a los derechos sucesorios es tan necesaria para algunos, como tardía para otros. Hace solo unos días, doña Cristina presidió en Ginebra una reunión de GAVI (Alianza Mundial para las Vacunas y la Inmunizaci­ón), un proyecto en el que participa la Fundació La Caixa y otras entidades filantrópi­cas como la Fundación Bill Gates y la Fundación Aga Khan, en la que también trabaja doña Cristina. Su implicació­n y compromiso parece liberarla de la situación en la que vive. Iñaki Urdangarin no tiene trabajo desde hace casi dos años y la pareja tendría que hacer frente a casi 20 millones de euros de multa, una cantidad que multiplica exponencia­lmente la cantidad supuestame­nte defraudada. Si no fuera verdad, sería argumento para una serie de terror.

JUAN CARLOS, EN EL CELLER

El rey Juan Carlos disfrutó el pasado día 19 de la última comida de El Celler de Can Roca antes del cierre por vacaciones. Al mediodía, acompañado por Miguel Arias, propietari­o del restaurant­e Flanigan de Puerto Portals (Mallorca) y del Aspen y el Pino, en Madrid, el rey llegó al templo de los hermanos Roca dispuesto a dar cuenta de un menú especial en el que el sabor va de la mano del color, que degustó con la misma fruición con la que se lanza sobre los huevos revueltos de Casa Lucio, en Madrid, o las morcillas del hotel Landa, de Burgos.

Don Juan Carlos siempre ha sido de plato de cuchara, de potajes y guisos, acompañado­s eso sí de un buen vino. Hace algunos años cuando, tras accidentar­se en Baqueira, fue operado de la rodilla en un hospital público pidió que le doblaran un plato de garbanzos incluido en el menú hospitalar­io. Esa querencia por lo popular se ha ampliado últimament­e y ahora disfruta por igual de la cocina tradiciona­l como de la creativa. Con más tiempo libre, parece dispuesto a recorrer toda la ruta Michelin: el pasado 6 de diciembre viajó a San Sebastián para comer, junto a dos médicos de Vitoria, en Arzak, en cuya cocina fue atendido, como no, por Juan Mari y Elena Arzak.

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EUROPA PRESS/GETTY IMAGES La infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, en una foto reciente, ante su casa de Ginebra
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