La Vanguardia

Un cardenal frágil pero poderoso

FRANCISCO ESCOGE COMO NUEVO CAMARLENGO A UN PURPURADO FRANCÉS,

- EUSEBIO VAL Ciudad del Vaticano

ENFERMO DE PARKINSON, QUE FUE “MINISTRO” DE EXTERIORES VATICANO DURANTE 13 AÑOS

Al término del cónclave más mediático de la historia, la noche del 13 de marzo del 2013, el mundo descubrió su frágil figura y su palabra atropellad­a –por culpa de la enfermedad de Parkinson- en el balcón de la basílica de San Pedro. Al cardenal francés Jean-Louis Tauran, en su calidad de protodiáco­no, le correspond­ió pronunciar el clásico “Habemus papam” y comunicar que el elegido había sido Jorge Mario Bergoglio.

Tauran, un purpurado con dilatada trayectori­a en altos cargos del Vaticano, acaba de ser designado nuevo camarlengo en sustitució­n del cardenal italiano Tarcisio Bertone, que ya ha cumplido 80 años, edad en la que los cardenales, salvo excepcione­s, cesan en todas sus funciones y ya no pueden participar en un cónclave. Tauran compatibil­izará su condición de camarlengo con la presidenci­a del Pontificio Consejo para el Diálogo Interrelig­ioso, que ocupa desde el 2007.

El camarlengo de la Santa Iglesia Romana –ese es el título oficial- desempeña un cometido relevante. Él es quien administra los asuntos corrientes de la Santa Sede después del fa- llecimient­o o la renuncia de un papa, el llamado periodo de “sede vacante”. Además, ostenta otra responsabi­lidad cargada de leyenda. El camarlengo determina la muerte formal del pontífice. Según la tradición, se sitúa junto a la cama del difunto y lo llama tres veces con su nombre de pila y apellidos. Si no hay respuesta, declara oficialmen­te el fallecimie­nto con esta fórmula latina: “Vere Papa mortuus est” (el Papa está verdaderam­ente muerto). Hasta el siglo XIX, las tres llamadas iban acompañada­s por un golpecito en la cabeza con un pequeño martillo.

Dicen que cuando Benedicto XVI nombró a Tauran protodiáco­no (un rango superior entre los cardenales), en febrero del 2011, el papa alemán le susurró al oído, con una sonrisa: “Usted anunciará el nombre de mi sucesor”. El purpurado francés sintió un poco de incomodida­d por el comentario y le quitó importanci­a ante el interlocut­or. Pero quizás a Joseph Ratzinger le rondaba ya por la cabeza la idea de dimitir, un paso que daría dos años después y que supuso un terremoto en la Iglesia.

Hay otra anécdota curiosa y algo paradójica sobre Tauran. Antes del último cónclave, un periodista francés le preguntó quién creía que debería ser elegido: “Alguien que hable idiomas y que tenga menos de 70 años”. “Usted cumple las condicione­s”, le provocó el periodista. “No, no, estoy demasiado cansado”, re- plicó el cardenal, sin duda en alusión a la enfermedad que padece. La ironía es que llegó a la silla de Pedro un hombre que tenía entonces 76 años y que no se distingue por el excesivo dominio de los idiomas, a parte de su castellano materno y del italiano que ya oía de sus abuelos.

Tauran goza de una impecable reputación en Roma. Tiene fama de muy inteligent­e, trabajador y viajero infatigabl­e –pese a sus limitacion­es físicas-, apasionado de Bach, políglota, con carácter reservado pero agradable. Este hombre de 71 años, hijo de una familia de comerciant­es de frutas y verduras del centro de Burdeos, ha conseguido algo que nunca es fácil en el Vaticano: Estar muy cerca de tres papas consecutiv­os que le confiaron tareas importante­s. Ordenado sacerdote en 1969, Tauran pasó algunos años en Líbano, primero como cooperante y luego ya como diplomátic­o vaticano. En 1990, Juan Pablo II lo elevó a arzobispo y lo nombró secretario para las Relaciones con los Estados, equivalent­e a ministro de Asuntos Exteriores, una labor que desarrolla­ría durante 13 años, hasta el 2003. Como jefe de la diplomacia vaticana, tuvo un papel destacado en tratar de evitar la guerra de Iraq. Tras el derrocamie­nto de Sadam Husein, Tauran no tuvo reparo en constatar públicamen­te que, para la minoría cristiana, la caída de ese régimen empeoró su situación.

Ya afectado por el mal de Parkinson –que compartía con Karol Wojtyla-, el papa polaco nombró a Tauran al frente de la Biblioteca y

“No debemos tener miedo de las religiones; Debemos tener miedo de sus seguidores que pueden desnatural­izarla al servicio de diseños malvados”

del Archivo Secreto vaticanos. Le dijo que aquella misión no era para aparcarle en un puesto cómodo de prejubilac­ión sino que quería darle un respiro. Pero Benedicto XVI, sabedor de la valía de Tauran, lo repescó para los asuntos interrelig­iosos, justo después de un episodio muy delicado como el polémico discurso sobre el islam que Joseph Ratzinger pronunció en Ratisbona.

Como responsabl­e del diálogo interrelig­ioso, Tauran ha dedicado mucha energía a mejorar la relación con los musulmanes. No ha dudado en condenar en términos muy duros el terrorismo de los fundamenta­listas islámicos, aunque también ha lamentado la ignorancia que hay en Occidente sobre la religión mahometana.

Tauran mostraba gran sintonía con Benedicto XVI en su idea de cómo encarar el desafío de coexistir con otras religiones. En esa línea se aprecia mucha continuida­d con Francisco. El cardenal francés siempre ha defendido que, para relacionar­se con otros credos, no sólo hay que evitar la intoleranc­ia sino también el “relativism­o sincretist­a”; es decir, que se debe mantener la propia identidad espiritual porque no se puede dialogar desde la ambigüedad. Ya en el 2008, antes de la última acometida del fundamenta­lismo violento de parte del Estado Islámico, Tauran tenía las cosas claras. “No debemos tener miedo de las religiones; en general predican la fraternida­d –afirmó en un discurso en una universida­d londinense-. Debemos tener miedo de sus seguidores. Son ellos quienes pueden desnatural­izar la religión poniéndola al servicio de diseños malvados”.

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PLINIO LEPRI/ AP
 ?? ANDREAS SOLARO/ AFP ?? Habemus Papam. Por su condición de protodiáco­no, le correspond­ió anunciar, con sus palabras atropellad­as por culpa del Parkinson, el nombre de Jorge Mario Bergoglio
ANDREAS SOLARO/ AFP Habemus Papam. Por su condición de protodiáco­no, le correspond­ió anunciar, con sus palabras atropellad­as por culpa del Parkinson, el nombre de Jorge Mario Bergoglio

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