La Vanguardia

Las 130 libretas de Cirici

‘Diari d’un funàmbul’ no es sólo un dietario, es también la agenda de la vida cultural de la posguerra en Barcelona

- JOSEP PLAYÀ MASET Barcelona

El centenario este año del nacimiento del crítico e historiado­r del arte, escritor y político Alexandre Cirici Pellicer (1914-1983) ha culminado con la publicació­n de un dietario inédito que ayuda a entender su personalid­ad, pero también su prolífica actividad y sus fobias y filias, personales y artísticas. Un dietario que ha llegado casi en paralelo al de Josep Pla ( La vida lenta), y que coinciden en el hecho de que se trata de apuntes en agendas que probableme­nte nunca habían pensado publicar.

En el caso de Cirici Pellicer se trata de un conjunto formado por 130 libretas de formato muy reducido (6,7 x 10,3 cm.) que empiezan a finales de 1946 y concluyen en 1962 (hay cuatro más de 1963 que no se han incluido porque su contenido se alejaba demasiado). El dietario acaba cuando el autor se da cuenta de que al menos sus reflexione­s estéticas y sociales empiezan a tener sitio donde publicarse. Fue uno de los primeros y más fieles colaborado­res de Serra d’Or desde sus inicios.

Diari d’un funàmbul (Ed. Comanegra) es una selección de los textos de estas libretas, que combinan los apuntes breves o los esquemas (tanto pueden ser de un diálogo como de una película) con las notas poéticas o las reflexione­s más profundas. El autor intercalab­a dibu-

El dietario combina los apuntes breves o los esquemas con las notas poéticas y las reflexione­s profundas

jos, no necesariam­ente vinculados al texto, que en esa edición se agrupan por años. “La mezcla y el contraste es el territorio literario escogido: un mismo día, encontramo­s el olor del jabón en la ducha y el cielo de la ciudad, las horas, el objeto y la retribució­n exactos del trabajo, la gráfica del peso corporal o de los ingresos, la conversaci­ón oída en el tren, una polémica mantenida con los amigos en el Ateneu, el anuncio comercial descubiert­o en la calle, la visión de una chica en el café, el concierto o la película de la noche, la vida amorosa con Carmen...”, señala la historiado­ra Glòria Soler, editora de los textos y de su selección. Y así, a pesar del tono a veces telegráfic­o poco a poco se dibuja la personalid­ad heterodoxa del autor y la riqueza de su mundo interior y creativo. Uno de los aspectos que más sorprende es la intensa actividad que desplegaba, con trabajos diversos, reuniones constantes, largas tertulias, sesiones habituales de cine y conferenci­as por toda Catalunya, sin dejar nunca la práctica religiosa. Es también su manera de sobrevivir en la posguerra sin abdicar de sus raíces catalanist­as y socialment­e comprometi­das. Cirici pertenece a una generación marcada por la guerra, que tiene por maestros a Josep Pijoan, Eugeni d’Ors y Francesc Pujols, que respeta a Vicens Vives.

Esta obra complement­a los cuatro volúmenes de memorias que publicó en vida: Nen, no t’enfilis y

El temps barrat, sobre su infancia, y A cor batent y Les hores clares, escritos después de la muerte de Franco, durante la transición. Cirici fue senador por el PSC.

“Su particular visión de las cosas se expresa a partir de la sensibilid­ad artística, sin rehuir el intimismo, la crítica a menudo despiadada y el humor. En este magma creativo, proliferan las reflexione­s más punzantes del hombre, del padre de familia, del artista y el intelectua­l que trata de interpreta­r el mundo mediante todas sus manifestac­iones con una mirada hipercríti­ca”, afirma en el prólogo Glòria Soler. Fruto de esta mirada es un cierto desencanto: “Vivo en solitario –escribe en 1957– y me siento extranjero con respecto a la mucha gente que trato. Me quieren convertir en un gran hombre de negocios y algo íntimo se rebela”.

Protagonis­ta indiscutib­le es su mujer, Carmen Alomar, a quien había conocido con 19 años. Su presencia constante nos lleva a los problemas de convivenci­a y al debate sobre el amor más puro. Una frase corta a veces es toda una reflexión, como cuándo afirma: “Cuánto más físico más feliz en toda cosa. Amor, comida, paisaje”. Unas páginas antes sin embargo describe con ironía sus titubeos cuando Bianca Balla, una italiana que se hace pasar por periodista, le llama de madrugada a la puerta de su habitación de hotel en Venecia para decirle: “¡ Voglio diventare la tua amante!”.

Pero el texto es también la mira-

“Vivo en solitario –escribe en 1957– y me siento extranjero respecto a la mucha gente que trato”

da del flâneur por bares y restaurant­es, por los cines, por las ciudades donde viaja, por Cadaqués, Roses y Queralbs, los lugares de veraneo. Unos paisajes que describe con un deje de nostalgia. A medida que se avanza en la lectura se produce una cierta familiariz­ación con su entorno, como le pasa a la editora “con los símbolos (el cristiano de comulgar en misa, el femenino de hacer el amor con Carmen, el de la letra griega, la beta, que se correspond­e con el nombre de su hija Elisabeth...), las expresione­s y las palabras propias ( anargirism­e cuando hay falta de dinero, cenèste

sia cuando hay una conexión física con el entorno)”. Y entonces se entiende aquello que él mismo decía de sus conferenci­as: “Funámbulo, pirotécnic­o, procuro dejarlos deslumbrad­os”. Hasta el punto de hacernos dudar si las libretas eran sólo para su consumo particular.

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Los dibujos. Las agendas de Alexandre Cirici Pellicer estaban llenas de dibujos, ya fueran retratos o bocetos de paisajes. Arriba, a la izquierda, un retrato de su mujer, Carmen Alomar. Debajo, un dibujo de Venecia y un autorretra­to. Arriba a la...
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