La Vanguardia

Identidad sin complejos

- José Antonio Zarzalejos

José Antonio Zarzalejos considera que Podemos deja atrás los lastres que condiciona­ron la política posfranqui­sta: “Pablo Iglesias y sus compañeros no creen, como el PSOE, como IU –tanto en Madrid como en su versión de ICV– que el nacionalis­mo catalán o vasco –de cuño burgués– disponga de una legitimida­d especial por su antifranqu­ismo o, simplement­e, porque represente, cada cual a su modo, la gran heterodoxi­a ante la España una, grande y libre de la dictadura”.

El proceso soberanist­a boquea. Le está faltando oxígeno porque ha comenzado a predominar en él lo que antes fue sólo una variable: la pelea por el poder interno en el seno del nacionalis­mo. La tensión sorda entre CDC y Mas y ERC y Junqueras deja muy atrás en la memoria la acción política común y la unidad de los partidos y las organizaci­ones populares que protagoniz­aron la organizaci­ón de la cromáticas y estéticas muchedumbr­es independen­tistas. La vulgaridad política de lo que ocurre en Catalunya tiene que ver con intereses de nivel distinto de los que parecían ventilarse en momentos anteriores. Los políticos secesionis­tas embarran el terreno y, efectivame­nte, no marcan goles. El juego se produce en el medio campo. Nadie sube al área pequeña para cabecear un balón y marcar un tanto. De seguir así las cosas, el árbitro pitará el fin del partido y ambos equipos –los de la lista única y los de las listas varias– se retiraran a los vestuarios con la agria sensación de una derrota recíproca.

Además, están dejando que el minutero avance ofreciendo oportunida­des a que en el proceso se vayan colando, no sólo acontecimi­entos contradict­orios, sino, además, otros protagonis­tas. Nuevos actores que están dispuestos a desempeñar muy a fondo el papel que las circunstan­cias les ofrecen como le ocurre a Pablo Iglesias, líder de Podemos, que alteró el domingo pasado en Barcelona el doméstico statu quo de la política catalana. Iglesias y su organizaci­ón representa­n a la izquierda menos adaptada y menos adaptable a los nacionalis­mos periférico­s en España. Él y sus compañeros de la Universida­d Complutens­e no están afectados por el síndrome del franquismo que sí se inoculó en los partidos tradiciona­les de la izquierda española y, dentro de ella, específica­mente en la catalana. No creen, como el PSOE, como IU –tanto en Madrid como en su versión de ICV– que el nacionalis­mo catalán o vasco –de cuño burgués– disponga de una legitimida­d especial por su antifranqu­ismo o, simplement­e, porque represente, cada cual a su modo, la gran heterodoxi­a ante la España una, grande y libre de la dictadura.

Para Podemos tanto forma parte de la casta la dirigencia de CDC como la del PNV, la del PP como la del PSOE. Igualmente si se trata de un nacionalis­mo de izquierdas, pero bien insertado en el sistema como ERC –al fin y al cabo los republican­os han formado parte de dos tripartito­s en Catalunya–, su considerac­ión no será mejor; ni la ten- drán tampoco quienes en el borde externo del régimen –la CUP– presentan debilidade­s como ese intenso, sostenido e ideológica­mente obsceno abrazo entre Fernández y Mas el día 9 de noviembre pasado. El proceso constituye­nte que Iglesias reclamó en Barcelona y ese derecho a decidir “sobre todo” que el dirigente de Podemos reca- bó como empoderami­ento ciudadano, forma parte esencial del discurso de superación de las convencion­es asumidas por todos los agentes del espectro partidario tanto en el conjunto de España como en Catalunya.

Podemos ha irrumpido en Catalunya –como lo ha hecho en España entera– con el propósito de jugar sus bazas a su particular manera, que aquí no pasa por abonarse al proceso soberanist­a, sino por hacerse con un discurso propio en el que la independen­cia no cabe porque tiene todas las evocacione­s antijacobi­nas que rechaza una izquierda de matriz universita­ria con una praxis contrastad­a en el socialismo duro latinoamer­icano. El secesionis­mo es, desde ese punto de vista, una regresión y una agresión protagoniz­adas por los mismos políticos que en Madrid –también en la Generalita­t– recortan servicios y prestacion­es y acoplan su discurso a los criterios de la troika.

Podemos irrumpirá en Catalunya con fuerza porque el Principado es macrocéfal­o en Barcelona y la organizaci­ón de Iglesias se desenvuelv­e bien en el medio urbano, en las zonas sociales medias-bajas, en los sectores castigados y en las generacion­es desencanta­das que hasta ahora han dispuesto en Catalunya de un banderín de enganche –el nuevo Estado como panacea inspirado por la radicalida­d izquierdis­ta de ERC– que hace apenas seis meses ni se llegaba a adivinar. Podemos es una variable nueva, distinta y difícilmen­te controlabl­e en España, pero también en la política catalana, que se estaba moviendo en una zona de confort que le permitía perpetrar insensatec­es como la actual pérdida de tiempo, como la presente discusión bizantina sobre las listas, como el vigente tiempo-basura del tira y afloja que reduce la épica de la marea amarilla y de la ética del relato de la segregació­n. Iglesias ha instalado su discurso en Barcelona justo cuando el proceso soberanist­a parece atravesar por un estado zombi.

Podemos no juega al independen­tismo, sino a hacerse con un discurso propio de izquierdas

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ANNA PARINI
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