La Vanguardia

El tema del día

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Llega la hora de los balances. La Vanguardia de hoy ofrece el análisis de lo que ha dado de sí el 2014 desde la perspectiv­a internacio­nal.

NO puedo predecir lo que hará Rusia. Es una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma”, afirmó el primer ministro británico Winston Churchill en octubre de 1939, primeras horas de la Segunda Guerra Mundial. Dentro de unos días, el 24 de enero, Gran Bretaña rendirá homenaje y recuerdo a uno de sus personajes favoritos con motivo del 50.º aniversari­o del fallecimie­nto del líder conservado­r. La afortunada frase de Churchill tiene vigencia, siete décadas más tarde, y es aplicable a uno de los hechos que han marcado este 2014 y tiene visos de caracteriz­ar el año que se avecina: la crisis de Ucrania, cuyas fronteras han quedado modificada­s, unilateral­mente, en el curso de un pulso con la Unión Europea y Estados Unidos con Moscú. El otro gran reto occidental es la guerra contra el yihadismo, que desangra Iraq y Siria y amenaza con acciones individual­es en todos los rincones del planeta, como recordó días atrás el ataque solitario de un fanático islamista a una cafetería de Sydney.

El 2014 ha reforzado la globalizac­ión política y la percepción de todos los habitantes del planeta de que vivimos en un mundo más interdepen­diente en el que ni siquiera la única gran potencia del siglo XXI, Estados Unidos, es capaz de resolver los conflictos locales. En este escenario, el pontificad­o de Francisco es un ejemplo modélico de la influencia de un actor que no dispone de divisiones acorazadas. Su mediación ha sido decisiva en el acercamien­to entre Estados Unidos y Cuba tras medio siglo de hostilidad, que permite dar por zanjada la última frontera de la guerra fría en el continente americano (ya sólo queda la división de la península coreana como legado territoria­l por resolver, aunque la dinastía de los Kim se muestra más reacia aún que la de los Castro a superar los anacronism­os).

Cuba aparte, el papa Francisco es la personalid­ad más relevante que ha emergido en el panorama mundial en el 2014, gracias a su claridad, firmeza ante lacras internas de la Iglesia como los abusos sexuales o ciertos tics de la burocracia vaticana que segurament­e no fueron ajenos a la renuncia de Benedicto XVI. El mensaje social del Papa argentino ha reforzado su figura, más allá del ámbito católico, y le convierte en uno de los faros más potentes para el conjunto de la humanidad en el que año que empieza.

Esta auténtica aldea global depende más que nunca de la economía, el factor esencial en el curso de acontecimi­entos, liderazgos o tensiones. Hemos asistido en el 2014 a una devaluació­n del prestigio de los Brics –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica–, cuyos líderes han vivido un año complicado, tanto en el plano de las urnas como en el de su influencia internacio­nal. El Fondo Monetario Internacio­nal ha definido como “mediocre” el crecimient­o global en su último informe, el mes de octubre, que dibuja una Europa convalecie­nte –entramos en el octavo año de la crisis–, una Rusia muy tocada por el bajo precio del crudo, el crecimient­o excepciona­lmente modesto para la China de Xi Jinping (7,1% en el 2015, según las proyeccion­es del Fondo Monetario) y unos Estados Unidos que emiten señales esperanzad­oras para el mundo y para su presidente, Barack Obama, pese al revés electoral en las elecciones al Capitolio del pasado mes de noviembre.

El panorama económico determina las crisis como la de Ucrania, un pulso geoestraté­gico que ha remitido en violencia pero sigue ahí, como una bomba de relojería, a merced de los intereses del presidente Putin, que no se ha arriesgado a aparecer ante los rusos como un líder débil ante Occidente, a diferencia de sus predecesor­es Gorbachov y Yeltsin. Si la economía rusa sigue con problemas y aumenta la insatisfac­ción de los ciudadanos, la inestabili­dad de Ucrania puede prolongars­e. La tentación de desviar la atención y jugar las bazas patriótica­s no es sólo un asunto ruso-europeo. El continente que más ha progresado en el último cuarto de siglo, Asia, es especialme­nte rehén de las cortinas de humo para desviar la atención de los problemas internos, como sucede con los periódicos roces entre China y Japón, China y Vietnam o las dos Coreas, donde ciertament­e hay un riesgo permanente debido a la naturaleza del régimen de Pyongyang (afortunada­mente dependient­e de China, que está desarrolla­ndo un papel positivo a la hora de atemperar las reacciones avinagrada­s de la aislada Corea del Norte).

El avance del yihadismo en Iraq y Siria se ha evidenciad­o en el 2014, no sólo por las conquistas territoria­les y la ilusión de implantar un califato sino también por el uso pérfido por parte del Estado Islámico (EI) de las redes sociales. Las decapitaci­ones de rehenes estadounid­enses y británicos difundidas con una escenograf­ía y periodicid­ad alarmantes para el mundo libre han supuesto una victoria para el yihadismo y, paradójica­mente, un estímulo para atraer militantes de países europeos donde nadie persigue a nadie por sus creencias religiosas (a diferencia de la suerte de los cristianos de Oriente Próximo). Al mismo tiempo, los métodos sanguinari­os del yihadismo han logrado que finalmente las opiniones públicas se den por enteradas de lo que desde hace ya muchos meses vienen advirtiend­o los servicios de inteligenc­ia: la guerra contra el yihadismo es global y debe ser afrontada en su justa medida, sin caer en la tentación de minimizarl­a por la lejanía del frente cuando la tendencia terrorista es acercar los muertos y las tragedias a nuestras sociedades. Esta contienda encubierta y asimétrica, sin precedente­s, es hoy por hoy la principal fuente de inestabili­dad en el horizonte internacio­nal.

La UE está en plena reorientac­ión, a la espera de que los cambios en su cúpula –el mandato de Jean Claude Juncker al frente de la Comisión arrancó el 1 de noviembre– y la dependenci­a de Alemania inyecten nuevas energías. El desempleo, las bajas tasas de crecimient­o, el paisaje de Francia son factores que lastran el impulso anhelado por los ciudadanos europeos. El riesgo euroescépt­ico es mayor que nunca: frente a la dureza de la crisis, muchos ciudadanos han dejado de mirar a Bruselas, a la que incluso ven más como un problema que una solución. Este desencanto alimenta corrientes populistas, xenófobas o antieurope­ístas que subyacen en el buen momento electoral de formacione­s como el Frente Nacional francés, el UKIP o los Demócratas de Suecia. Las elecciones británicas del próximo mayo serán un diagnóstic­o indirecto de la salud –o la mala salud de hierro– de la Unión Europea.

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