Alemania hace agua en Francia
La crisis y la merma de soberanía cambian los tonos del discurso francés sobre el modelo alemán
El prestigio del modelo alemán está cayendo en Francia. Y no sólo por la cruda realidad de las decepcionantes cifras de crecimiento que presenta Alemania. El hecho de que el modelo tenga una previsión de crecimiento del 1,2% para este año y del 1,3% para el 2015, y de que esa casi parálisis se deba, en primer lugar, al efecto rebotado del estancamiento en la zona euro, en gran parte provocado por una política de autoridad germana, lo cambia todo.
Si hasta el verano pasado el “hacer reformas como en Alemania”, que el Gobierno francés aún suscribe sin convencimiento, todavía daba titulares, hoy el men- saje ha cambiado. “El naufragio anunciado del modelo alemán” titula el mensual Books, que ilustra su portada con un Volkswagen escarabajo sumergido en el océano. El informe que presenta esta publicación, que pretende reflejar una tendencia de las editoras de libros, incluye tres artículos demoledores; de un ex fontanero británico de José Manuel Durão Barroso con apellido francés, Philippe Legrain, de un periodista conservador alemán, jefe de economía de Die Welt, Olaf Gersemann, autor de un libro publicado en su país con el significativo título La burbuja alemana, y una entrevista con el historiador y antropólogo francés Emmanuel Todd, que adelanta el contenido de otro volumen muy crítico con Alemania. Su tesis es que ese país nunca ha puesto el obje- tivo del bienestar por delante del objetivo de potencia, y que ahora conduce al continente “a una catástrofe económica que será el tercer suicidio europeo bajo liderazgo alemán de la historia”.
Todos los datos positivos que hace unos meses aún se loaban; un índice de paro moderado, reformas thatcheristas impensables en Francia, presupuestos equilibrados y una tradición de consenso, están siendo patológicamente sustituidos por otras consideraciones mucho más ácidas. En Alemania nadie quiere tener hijos, la tasa de matrimonios mixtos con los turcos es del 1% al
2% (en Francia, 25% para los argelinos), infraestructuras abandonadas, pocos universitarios e inferior presupuesto en educación, un crecimiento del 15% en el periodo 2000/2013, casi a la par con el francés, excesiva dependencia de las exportaciones especialmente de automóviles (la mitad del excedente comercial del 2013 ha sido por vender coches) y una voluntad de dominio que resucita viejas memorias, en un país lleno de placas que recuerdan a los abuelos de la resistencia que murieron “por los alemanes”.
Con su política económica prisionera del dominio alemán, Francia está actualmente esperando, junto con Italia, que el ministro de finanzas Wolfgang Schäuble y sus subalternos de Bruselas, aprueben el presupuesto votado en la Asamblea Nacional de París. El propio sentido de la última ley para el crecimiento y la actividad del ministro Emmanuel Macron –e incluso hasta el mismo nombramiento de ese ministro exbanquero de inversión, tan agradable a ojos de Berlín y que podría dirigir perfectamente el Bundesbank– es obtener ese humillante aprobado presupuestario.
Francia, que aún tiene mayor peso militar y diplomático en el mundo que Alemania, y cuya economía está bien lejos de la ruina que sugieren sus críticos alemanes y anglosajones, no jugó esas cartas, ni con Sarkozy, ni con Hollande, y se conformó con la entronización europea de Merkel que ha destruido por completo el equilibrio sobre el que reposaba el eje central de la Unión Europea.
Si esa mezcla de línea económica errada y embarazosa cesión de soberanía marca fuerte- mente el malestar de la sociedad, la respuesta crítica a Alemania apenas existe en el centro político francés –los grandes partidos tradicionales– y se abandona por completo a los partidos más radicales, bien el Frente Nacional de Marine Le Pen, en inteligente expansión, bien el Frente de Izquierda, bastante más inseguro y dividido.
Como en Grecia y España, la política alemana está incubando en Francia el horizonte de una gran recomposición política, sea con una victoria del Frente Nacional, como propugna la señora Le Pen, sea con una revuelta popular como la que pronostica para el 2017 el líder izquierdista Jean-Luc Mélenchon, un exministro socialista radicalizado que hoy está fascinado con el modelo Podemos y apela más al pueblo que a la izquierda para acometer un proceso constituyente por la VI República.
Todd, que hizo predicciones bastante atinadas primero sobre el fin de la Unión Soviética y luego sobre la quiebra de la hegemonía unipolar de Estados Unidos,
Todd considera que Alemania antepone el objetivo de potencia al de preservar el Estado de bienestar
se reprochaba en una entrevista con Die Zeit no haber sido capaz de pronosticar a tiempo “que nuestra principal amenaza residía en una Europa alemana”. Sostiene, curiosamente, que las raíces de la rigidez alemana están en un “sistema familiar troncal” en el que la autoridad del padre reina sobre la desigualdad de los hermanos en el sistema hereditario. Ese sistema, dice, “se encuentra también en Suecia, Japón y Catalunya, sociedades todas ellas muy eficientes con tendencia hacia la rigidez”.
Todd cree que hay una mayoría en la sociedad francesa culturalmente vacunada e inmune al mensaje del Frente Nacional, lo que impedirá que ese partido llegue al poder.
“Alemania –dice Todd– vive con una falsa imagen de si misma”. Ya no es “aquella simpática república de Adenauer”, sino que se está afirmando como una “democracia étnica, con los alemanes como democrático pueblo dominante ( Herrenvolk)”. “Se ven a sí mismos como grandes demócratas, pero en realidad están destruyendo la democracia en el sur de Europa, con la colaboración de Francia”.
Es sin duda un discurso que está aún muy lejos de ocupar una posición preponderante en Francia, pero el naufragio del modelo alemán y el enfado latente de la sociedad avisan de que las cosas están cambiando.
El propio secretario general de los socialistas, Jean-Christophe Cambadélis, comienza a pronosticar tímidamente que “la historia será severa con Merkel”. “Ha insistido demasiado en el equilibrio presupuestario en Europa”, dice, mencionando “una realidad alemana mucho menos bella que la que se nos cuenta en los medios de comunicación”.