El alemán impasible
Klaus Iohannis, nuevo presidente de Rumanía, pertenece a la minoría sajona de Transilvania
Pocos apostarían por un candidato de origen alemán en las elecciones griegas, italianas, hasta españolas. Pero en Bucarest, desde la victoria el mes pasado del alemán étnico, Klaus Iohannis, en las elecciones presidenciales, todo el mundo parece estar encantado. “Cobro 200 euros al mes y trabajo 11 o 12 horas a diario”, dijo la camarera de una cafetería de franquicia al lado del grandioso Banco Central. “No es mucho, pero ahora tenemos a un presidente alemán; así que igual la cosa va a mejorar”.
Es una convicción curiosa ya que Iohannis, el presidente del partido de centroderecha liberal, no se distancia ni mucho menos de las políticas de austeridad, desregulación laboral y privatización (hasta de urgencias en sanidad), pactadas con la UE y el FMI que desataron una ola de protestas en el 2012. Su partido, el Partido Nacional Liberal, hasta es el arquitecto del impuesto plano, una medida de resignación absoluta ante la extrema desigualdad de la sociedad rumana 25 años después del colapso del comunismo.
Ahora bien, el Gobierno actual socialdemócrata de Víctor Pontas, el rival derrotado de Iohannis en las elecciones presidenciales, tampoco se ha desviado del camino del ajuste, pese a sus promesas electorales.
En todo caso, la elección de Iohannis –uno de los 36.000 sajones de habla alemana residentes en Transilvania–, no puede interpretarse en un marco de izquierda y derecha. “No tiene nada que ver con ideología; es una cuestión cultural”, dice Claudiu Cra- ciun, analista político de la Escuela Nacional de Política y Administración en Bucarest. “A la gente le gustan los alemanes; se les perciben como más trabajadores, eficientes, y europeos; frente al rumano vago que sólo quiere robar”, dice Craciun.
Este extraño rechazo de los rumanos a sí mismos –aunque sea en caricatura– es un interesante capítulo en la historia de un país, con un pasado sombrío en lo que se refiere a la tolerancia de las minorías étnicas. Las principales víctimas a lo largo del siglo XX
ESPERANZ A Una camarera que gana 200 euros al mes confía en mejorar con el presidente alemán
ORTODOXO El conservador Iohannis no se sale de la austeridad que dicta la UE
LASTRE DEL PASADO Rumanía no suele tener una buena relación con sus minorías nacionales
eran judíos y gitanos. Pero el millón de húngaros rumanos tampoco han tenido una integración muy fácil desde que Rumanía se comió el 31% del territorio de Hungría tras la Primera Guerra Mundial, junto con Bukovina de Austria y Besarabia de Rusia. La población rumana casi se duplicó tras la firma del tratado de Versalles en 1918.
Esta semana, en su discurso de inauguración, Iohannis apenas habló de la economía y se comprometió a limpiar un sistema cuyo clientelismo y nepotismo endémico data no solo de los años de la edad dorada de Nicolau Ceausescu sino del imperio otomano. El nuevo presidente ha pedido el levantamiento de la protección de los políticos profesionales ante posibles juicios por corrupción. Pretende atender también a las reivindicaciones de la comunidad de un millón de hún- garos –el pueblo que inició la revolución contra Ceausescu hace 25 años– que piden mayor autonomía para Transilvania.
“Históricamente, los alemanes sajones se han considerado buenos artesanos, y excelentes empresarios en Rumanía”, dice Dan Daianu, exministro de Finanzas socialdemócrata y miembro del comité monetario del Banco de Rumanía. “Lo más importante es que es un outsider en un momen- to en el cual la clase política se ve con desprecio”.
Iohannis, exalcalde de Sibiu en Transilvania conocido por su parquedad de palabras, puede tener más pedigrí patriota que muchos rumanos. Se quedó en Rumanía pese a que sus padres y hermanos su fueran a Alemania al igual que la mayor parte de los rumanos alemanes tras la caída de Ceausescu. Consciente de la fama de perfeccionista que tie-
nen los alemanes de Transilvania, utilizó en su propaganda electoral la imagen de un viejo reloj construido por su abuelo en 1914 con el lema: “Haciendo bien las cosas”. El reloj aún funciona.
Iohannis tiene otra ventaja. Es descendente de la familia del rey alemán Carol I, (1866-1914) bien considerado por los historiadores rumanos.
El nuevo presidente causó buena impresión durante sus 14 años en la alcaldía de Sibiu que fue capital europea de la cultura en el 2007. A diferencia del resto de Rumanía, Sibiu gestionó los fondos europeos con eficacia e integridad y captó importantes inversiones multinacionales, que crearon más de 3.000 empleos.
Es la primera vez que en la democracia rumana se ha elegido a un miembro de una minoría étnica a un alto puesto de gobierno. No debe de ser casualidad en este paso hacia el cosmopolitismo europeo en Rumanía el hecho de que los tres millones de rumanos emigrantes en países como Italia, España, Francia y Alemania resultaron decisivos en la elección de Iohannis. Cuando Pontas, que pidió en varias ocasiones al apoyo de los “auténticos rumanos”, puso obstáculos al voto de los ruma-
BUEN GESTOR Iohannis fue alcalde de Sibiu, capital europea de la cultura en el 2007
LA GRAN MINORÍA Los dos millones de gitanos rumanos viven en guetos de pobreza
nos de la diáspora provocó un voto de protesta dentro y fuera de Rumanía. La participación del 62% fue la más alta desde 1996.
Cuesta encontrar o un experto en política rumana que no califique de esperanzadora la elección de Iohannis. Pero hasta que Rumanía elija a un presidente procedente de los dos millones de gitanos, cada vez más marginados en guetos de pobreza y subdesarrollo, no se puede decir que haya superado del todo su pasado. “Los rumanos somos muy racistas respecto a los gitanos. Les consideramos un lastre para nuestras aspiraciones a ser europeos”, ironiza Craciun.