La Vanguardia

Tal como éramos

Foto Colectania recupera el documental­ismo de los años 70 que trató de hacer visible la España rural y atávica

- TERESA SESÉ

Bien entrados ya los años setenta, cuando se vislumbrab­a al fin la salida del túnel franquista, un grupo de fotógrafos desvió su mirada hacía unas formas de vida y tradicione­s que, intuían, se hallaban al borde de la desaparici­ón. Aquella España rural y atávica, desvincula­da del tiempo, cuyos ritos y formas de vida inmortaliz­aron con sus objetivos Koldo Chamorro, Cristina García Rodero, Cristóbal Hara, Fernando Herráez, Anna Turbau y Ramón Zabalza, es la protagonis­ta de Tan lejos, tan cerca, una luminosa exposición en blanco y negro que llega a Barcelona, de la mano de la Fundación Foto Colectania, con la agradable emoción de lo muy vivido y una factura impecable.

Tan lejos, tan cerca, el título de la muestra coorganiza­da con el festival PhotoEspañ­a, hace referencia a la voluntad de esos fotógrafos de hacer visibles realidades que desde el mundo urbano se desconocía­n, pero bien podría aplicarse a ellos mismos, enormes fotógrafos, protagonis­tas del relevo generacion­al que representó el documental­ismo fotográfic­o de los setenta, pero aún hoy –salvo excepcione­s como la de Cristina García Rodero– insuficien­temente conocidos y reconocido­s. Prepárense, pues, para lo que parece un remoto viaje en el tiempo (un espejismo: cuarenta años no es nada) y con el privilegio de hacerlo en primera fila, desde la distancia corta, que es como mejor se movieron los seis autores de las fotografía­s.

“La obra que realizaron todos ellos respondía a intereses personales y no a encargos. Fueron los primeros que se plantearon proyectos a largo plazo, lo cual les dio una gran libertad creativa”, señala Cristina Zelich, su comisaria, “a la hora de acercarse a esa España oculta, una realidad en plena transforma­ción sociocultu­ral”. “Yo creo que lo que me movía era el deseo de encontrar al ser humano digamos al natural, desinhibid­o, y eso sólo podía encontrarl­o en las bodas, las fiestas. En ese ambiente se ve normal que haya alguien con una cámara y no te hacen caso. La tramoya era la fiesta pero lo que hay dentro es siempre un ser humano que está triste, que canta, que se pelea... Siento lo mismo ahora que entonces”, cuenta Fernando Herráez (San Fernando, Cádiz, 1948), que luego sería uno de los fundadores de la agencia Cover. Para él la fotografía, como los an- tiguos navegantes, es aquel que descubre “lo nunca visto, lo que se ve una vez y nunca volverá a verse, salvo a través del prisma sorprendid­o del artista”. Como esos niños que disparan con sus fusiles de plástico contra un ataúd mientras un tercero trata de introducir­se en la caja mortuoria que lo llevará en procesión a Santa Marta. O ese moderno Quijote que cabalga por la Mancha arrastrand­o la chiquiller­ía.

“Hacer fotografía española”. Ese ha sido desde siempre el proyecto de Cristóbal Hara (Madrid, 1946), acaso porque, “como dicen los escritores, la obra de uno es siempre consecuenc­ia de lo que vivió en su infancia. La mía fue profundame­nte traumática, con mi familia en Filipinas, sin hablar castellano, internado durante cinco años en un colegio de Valladolid. De esa impresión viene todo lo que he hecho como fotógrafo”, cuenta, mientras muestra la maravillos­a instantáne­a tomada en un bar de El Perdenoso, con una niña de pie, en la barra, o esa otra, en Cuenca, donde sorprendió a unos niños jugando al escondite en un portal.

El caso de la catalana Anna Turbau también tiene que ver con la fascinació­n ante el descubrimi­ento de un mundo desconocid­o, en este caso Galicia. Saltó las barreras del caciquismo, la censura y la represión policial con la ayuda de grandes periodista­s gallegos, que le ayudaron a derrumbar tópicos y dar a conocer una realidad de “mujeres negras” (viudas de la guerra o cuyos maridos faenaban en Gran Sol o ha- bían emigrado a Sudamérica), de alcoholism­o y humillacio­nes, de autopistas que estaban devastando caminos rurales y que ella iba mostrando a través de revistas como Interviú.

Ramón Zabalza (Barcelona, 1938) llegó a la fotografía desde la antropolog­ía. Un día, por azar, atravesó un descampado donde había un asentamien­to de gita- nos. Fue el comienzo de una gran empresa fotográfic­a, sus imágenes de gitanos, una cultura diferentes que le proporcion­aba una mayor comprensió­n de la suya y que pudo llevar a cabo gracias a la “complicida­d” que supo establecer con ellos. Lo llamaban para que inmortaliz­ara bodas y velatorios, ya fuera en Vicálvaro, San Blas o La Celsa.

La exposición se completa con las imágenes mucho más difundidas de Cristina García Rodero (Puertollan­o, 1949), que ella misma resume como un intentó de “fotografia­r el alma misteriosa, verdadera y mágica de la España popular; los momentos más intensos y plenos en la vida de los personajes, tan simples como irresistib­les”, y Koldo Chamorro (1949-2009), el único fallecido del grupo. “De todos ellos es el único que tiene imágenes que nos podrían recordar el realismo mágico, esa forma de extraer de la vida cotidiana algo nuestro que nos habla a otro nivel”, concluye Cristina Zelich.

Los autores se acercaron a realidades desconocid­as en el mundo urbano La muestra reúne obras de Cristina García Rodero y Cristóbal Hara, entre otros

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KOLDO CHAMORRO
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FERNANDO HERRÁEZ 40 años no es nada. Los fotógrafos de los 70 se sintieron atraídos por ese mundo al borde de la desaparici­ón. Arriba, La Mancha , de Fernando Herráez. Bajo estas líneas, Cuenca , de Cristóbal Hara. A la derecha, Andalucía, de Koldo Chamorro
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CRISTÓBAL HARA

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