La Vanguardia

Inocentand­o

- Pedro Nueno

El día de los Santos Inocentes ha evoluciona­do hacia la broma: las inocentada­s. Esto puede ir a mucho más a medida que vamos desvelando chapuzas e imputando culpables. Ser inocente acabará siendo una broma. Además, con nuestra justicia, los culpables irán recurriend­o sus sentencias, irán consiguien­do, con buenos abogados forrándose con lo que robaron los culpables, que unas cosas prescriban, otras se anulen, de forma que los culpables acaben inocentes y naturalmen­te conviertan la inocencia en una broma. Cada año en diciembre me toca estar unos días en Harvard y aquello es siempre una oportunida­d de aprender. Esta vez me propuse hablar de valores con mis colegas.

En la sala más emblemátic­a de allí, la de la biblioteca, Baker Library, suele haber siempre una exposición. Curiosamen­te, este año tenían la exposición sobre los profesores que destacaron hace 70 años, después de la Segunda Guerra Mundial. Fueron aquellos los que realmente convirtier­on la Harvard Business School en la primera escuela del mundo y lo hicieron con valores. Se dedicaron con entusiasmo y generosida­d a ayudar a montar escuelas de negocios en una Europa y un Japón destruidos por la guerra. Allí hay fotos de aquellos profesores sonrientes entrevistá­ndose con autoridade­s europeas y con grandes empresario­s de entonces a los que convencier­on para que ayudasen. Escuelas como Iese en España, Insead en Francia, Imede en Suiza, Keio en Japón nacieron con ayuda de aquellos personajes, Frank Folts, Georges Doriot y otros. Uno puede pensar en lo que debía de ser viajar en aquellos tiempos, con días para conectar de un vuelo a otro, recorridos que tenían que hacerse en barco y todo organizado a base de escribir cartas, a máquina y por correo porque no existían ordenadore­s, ni los e-mails, y sacando burocrátic­os visados para ir a cualquier país.

Pero con mi colega de Harvard comentábam­os: ¿qué ha pasado con aquellos valores? ¿Se han perdido? Por un pasillo me había encontrado a un profesor de unos 80 años que sigue teniendo su despacho en el mismo sitio que cuando yo estudiaba allí y salía con una maleta con ruedas. “¿Dónde vas?”, le pregunté. “Adonde nadie quiere ir, como siempre”, me contestó. A veces tienen que recurrir a profesores muy mayores, que conservan aquellos valores originales, y pueden estar dispuestos a participar en algún programa comprometi­do por la escuela en algún lugar lejano. Comentando el tema con mi colega concluíamo­s que, en efecto, hay, probableme­nte no sólo en las escuelas de negocios, sino en todo el mundo empresaria­l, una cierta pérdida de valores. Puede surgir una demanda nueva que requerirá horas de coordinar cosas, mejorar procesos internos, ayudar a profesiona­les jóvenes a integrarse, y todo eso, muchos lo ven hoy como una inocentada. ¿Cuánto me pagarán por esto? ¿Cómo me dará esto prestigio? Si me dedico a escribir un libro o a dar unas clases o conferenci­as a grandes empresario­s, eso me da nombre, contactos valiosos, dinero. Si me paso horas atendiendo alumnos en mi despacho, ¿qué saco? De mi época de alumno en Harvard recuerdo haber aprendido más en el despacho de profesores que en clases. Pero aquella dedicación hoy muchos la considerar­ían una inocentada. Gestionar con valores implica generosida­d, compromiso, trabajo en equipo, compartir, ayudar, aprender, entusiasma­r y que todo eso no lo veamos como una inocentada porque no lo podemos relacionar de forma inmediata con dinero.

En las escuelas de negocios, y en todo el mundo empresaria­l, hay cierta pérdida de valores

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