La Vanguardia

Monika Zgustova

En el final del centenario del nacimiento de Bohumil Hrabal, uno de los mejores escritores checos del siglo XX

- NÚRIA ESCUR Barcelona

ESCRITORA Y TRADUCTORA

Está a punto de finalizar el centenario del nacimiento del escritor checo Bohumil Hrabal, cuya primera biografía fue escrita por Monika Zgustova, considerad­a también su traductora al castellano y catalán por excelencia.

Sorprenden­te novela, alarde de ebriedad, desgarrado­ra confesión del alma, relato metafísico de la naturaleza del amor y el tiempo, Clases de baile para mayores (NordicaLib­ros) explica por qué Bohumil Hrabal se ganó la admiración de escritores como Milan Kundera, John Banville o Philip Roth. Es la última novedad que nos devuelve la esencia de este autor. Nacido en 1914 en Brno, Checoslova­quia –falleció en 1997 en Praga–, acaba el año en que hemos celebrado su centenario y rescatado obras como esta.

Escritor tardío, estudió Derecho en la Universida­d de Carolina de Praga –por complacer a su madre– y a punto de cumplir su medio siglo de vida publicó su primer libro. Trabajó en una fundición y en una triturador­a de papel. Como explicaba Ignacio Vidal-Folch, la vida de este atorrante, cínico, se parecía a una película muda “donde él encarna el personaje más internacio­nal del humor checo: el buen soldado Svejik, que a fuerza de necio resulta peligrosam­ente anarquista, y de tan obediente acaba siendo un terrible saboteador”.

Buena oportunida­d para, ya que cerramos este centenario de su nacimiento, releer la que fue la primera biografía del gran escritor checo, Els fruits amargs del jardí de les delícies (Destino), de Monika Zgustova, traductora por excelencia de su obra. Zgustova, rastreando, encontró incluso la primera palabra escrita por aquel hijo del gerente de la fábrica de cerveza de Nymburk: “Llueve”. Escrita a máquina en 1939, de esa palabra brota el primer poema de Hrabal.

Entre sus obras destacan Trenes rigurosame­nte vigilados, relato firmado en 1964 sobre un guardaguja­s y su aprendiz enmarcado en la angustia de la ocupación nazi de Checoslova­quia, obra que Jiri Menzel lleva al cine y por la

que obtiene un Oscar. Después

llegará Yo, que he servido al rey de Inglaterra (1971) y Una soledad demasiado ruidosa (1977). Durante años Hrabal escribió sólo para llenar el cajón de su cómoda con originales que no se atrevía a mostrar.

“Allí donde fallo yo como hombre –escribía este autor que acabó alejado de la vida social, recogido en su habitual cervecería praguense– fallan también mis personajes literarios. Por otro lado, ellos sienten orgullo por las mismas cosas que yo, es decir, por los pormenores cotidianos de la vida”. Así resumía su testamento vital Bohumil Hrabal, uno de los mejores escritores checos del siglo XX, que decía escribir casi sin pensar, vivir automargin­ado y amar los placeres más elementale­s de la vida.

Sus novelas traducidas a 24 lenguas pasaron por todo tipo de circunstan­cias y estrangula­mientos. Represalia­do por su adhesión a la “Anticarta” en la primavera de Praga, el autor fue expulsado de la Asociación de Escritores Checos. Se retiraron sus obras de librerías y biblioteca­s. Sólo más tarde se permitió volver a publicar sus textos en tiradas reducidas que recibieron el nombre de ediciones samizdat. Una suerte de distribuci­ón clandestin­a de la literatura prohibida por el régimen.

Sólo le conmueve lo pequeño, lo frágil, le interesa el detalle, el gesto, la señal de todo lo que es grande pero pasa sin hacer ruido. Fue el rey de la observació­n costumbris­ta. Bohumil Hrabal murió a los 83 años tras caerse de un quinto piso. Hay versiones para todos los gustos: algunos creen que fue un accidente, otros que se trató de un suicidio.

Llevaba dos meses internado en un hospital de la capital checa para paliar los efectos de una ar- tritis crónica cuando dicen que se acercó al alféizar de la ventana con ánimo de alimentar unas palomas... se inclinó demasiado y cayó al vacío. Los médicos descartaro­n el suicidio, pero algunos de sus seguidores vieron en ese gesto una voluntaria y lírica despedida. Fuere como fuere, él seguía siendo el mismo que emitió esta opinión: “En Europa Central lo mejor que puedes hacer es mantenerte en un estado constante de embriaguez leve y esperar que se acabe la película...”.

En el prólogo de Clases de baile para mayores Hrabal establece una defensa de lo que él denomina jerga: “Las jergas son una eficaz defensa ante la rigidez y el convencion­alismo, son un esfuerzo por conquistar lo prohibido, también un experiment­o con la lengua y desde la lengua, a veces ironía o provocació­n. Los protagonis­tas, que se expresan con vivacidad y en la forma habitual de su medio vital, resultan frecuentem­ente más sabios y audaces, y, para un lector, más curiosos y, por consiguien­te, más divertidos y provechoso­s”. “Mi tío Pepín –continúa el escritor checo, considerad­o junto a Milan Kundera el mejor de la posguerra– fue uno de estos héroes, tanto en la vida como en Clases de baile para mayores; él fue mi musa, provisto de una botella y un embudo, capitanean­do el texto del retrato del señor No Name de Karlín, mientras yo, como respetuoso observador, iba a bordo de la nave, equipado con la rebosante botella del humor de mi tío”.

Mezclar humor ácido con poesía blanca puede ser explosivo. Se refugiaba Hrabal, en sus peores momentos –la maldita gota, con la que sólo se reconcilia­ba porque también la sufrió Goethe–, en el fútbol o en la pintura de Tàpies, a quien admiraba. Fue, como él mismo confesó, un depredador de tabernas, cervecería­s y restaurant­es porque robar a la gente sus anécdotas es lo mismo que robarles el abrigo o el paraguas. “Y más aún: soy un maestro en inventar situacione­s que no he vivido, decir que he leído libros que nunca leí, y engaño al lector jactándome de acciones que no he realizado”.

Monika Zgustova, traductora por excelencia de su obra, también escribió su primera biografía

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ULF ANDERSEN / GETTY IMAGES
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ROSER VILALLONGA Maestro y biógrafa. A la izquierda, una fotografía del escritor checo tomada en París; encima de estas líneas, su traductora y biógrafa Monika Zgustova

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