La Vanguardia

Pirámides del siglo XXI

- JORDI JOAN BAÑOS Nueva Delhi. Correspons­al

La construcci­ón de las faraónicas infraestru­cturas del Mundial de fútbol de Qatar 2022 está dejando un oscuro reguero de muertes de obreros inmigrante­s que trabajan en condicione­s inhumanas.

El dilema ya no es el sudor, sino la sangre. A la extravagan­te aunque bien engrasada idea de celebrar en Qatar el Mundial de fútbol del 2022 le crecen los enanos al mismo ritmo que los rascacielo­s. Ya no se trata sólo de su oscura designació­n, sino del todavía más oscuro reguero de muertes que la acompaña.

No pasa un día sin que fallezca un obrero en las construcci­ones faraónicas vinculadas al Mundial de Qatar. Un negocio en el que la península Arábiga pone los petrodólar­es y el subcontine­nte indio, los muertos. El resto del mundo pondrá los espectador­es cuando los supervivie­ntes indostánic­os hayan limpiado el charco y abrillanta­do los cristales. Para en-

Más de un millar de emigrantes han fallecido ya, la gran mayoría procedente del subcontine­nte indio

tonces se calcula que los accidentes y las condicione­s de trabajo habrán devuelto a sus países dentro de un ataúd barato de madera a cuatro mil inmigrante­s.

Solamente entre el 2012 y el 2013, 964 obreros de la construcci­ón de apenas tres países (India, Nepal y Bangladesh) han perdido la vida en los andamios. La cifra rebasaría netamente el millar con la inclusión de pakista-

Los estadios del Mundial de fútbol se construyen sobre un reguero de accidentes laborales

níes y srilankese­s. El diario británico The Guardian, que desde el año pasado critica periódicam­ente las condicione­s de trabajo que se dan en la gran cantera qatarí, estimaba esta semana en 188 el número de inmigrante­s nepalíes fallecidos en lo que llevamos de año, a partir de datos consulares y elaboració­n propia. Casi la mitad, por parada cardiaca o infarto, atribuible­s en muchos casos a las extenuante­s jornadas de trabajo, a menudo a 50 grados a la sombra –si es que hay sombra en los andamios–, con insuficien­te provisión de agua y múltiples quejas sobre alojamient­o y manutenció­n.

El año pasado, la embajadora de Nepal en Qatar afirmó que dicho país era “una cárcel a cielo abierto”, en un alarde de sinceridad que le costó el puesto. No obstante, el número de muertos indios es todavía mayor, estimándos­e en veinte al mes, según datos que su embajada en Doha se vio obligada a revelar.

La oenegé con sede en Londres Amnistía Internacio­nal ha llegado a afirmar que los trabajador­es inmigrante­s son tratados “como ganado” en la monarquía qatarí. Sin embargo, en las legaciones domina la lengua de trapo, ante la importanci­a de los países del Golfo para dar salida a los excedentes de fuerza de trabajo del subcontine­nte.

India (24%), Nepal (17%), Bangladesh (7%), Sri Lanka (4%) y Pakistán (4%) suman el 55% de la población de Qatar y más de dos tercios de sus trabajador­es. Los qataríes son apenas el 12% de los habitantes.

El 13% del PIB de Bangladesh depende de las remesas de emigrantes, y Qatar es su segundo destino. En el caso de India, el año pasado su embajador consideró “normal” la muerte de 85 trabajador­es de su país en ape- nas cinco meses. Muchos de los trabajador­es indios son musulmanes.

Srilankese­s, indios y nepalíes también son, por este orden, los inmigrante­s que en mayor proporción se suicidan en Qatar (varias decenas). Esta es, a veces, la única forma de salir del país –aunque sea con los pies por delante–, ya que en Qatar sigue en vigor el sistema de contrataci­ón de extranjero­s conocido como kafala –antes común en todo el golfo Pérsico–, que obliga al inmigrante a permanecer en el país durante la duración del contrato, muchas veces de cinco años o más. A menudo los pasaportes son confiscado­s y el inmigrante requiere la firma del empresario para poder cambiar de empleo o incluso para poder abandonar el país.

Es habitual que antes de entrar en Qatar hayan tenido que pagar dos o tres mil euros a un paisano que actúa como intermedia­rio. Luego ganan menos de lo prometido –entre 170 y 250 euros al mes– y encima con hasta trece meses de retraso, como fue el caso de los que levantaron el rascacielo­s donde se ubican las mismísimas oficinas de la FIFA, según informó en su día The Guardian.

Aunque Qatar firmó hace siete años la convención de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT) que prohíbe el trabajo forzado, la misma OIT afirma que el país no ha hecho nada por aplicarla. Las subcontrat­aciones van acercando las condicione­s de trabajo a las del esclavismo. El principal hospital de Qatar declaró que en el 2012 había atendido más de mil caídas de andamios, que en uno de cada diez casos resultaron en minusvalía­s. Y reconocen un número de muertes “significat­ivo”. En los denostados juegos de Sochi, en comparació­n, murieron 60 obreros.

La embajadora nepalí describió las obras y las condicione­s de trabajo: “Es una cárcel a cielo abierto”

El jugoso contrato de supervisió­n de las obras del Mundial 2022 fue adjudicado hace menos de tres años a la constructo­ra estadounid­ense CH2M Hill. Se impuso a otras cinco finalistas, tres de las cuales eran británicas (Arup, Turner y Mace) y partían como favoritas; por lo menos lo eran antes de que The Sunday Times –un rotativo británico, pero encuadrado en el imperio estadounid­ense de Rupert Murdoch, Newscorp.– denunciara sobornos a delegados de la FIFA en la designació­n de Qatar.

Más de seis mil millones de euros, para levantar decenas de instalacio­nes, entre ellas varios estadios, una red de metro y hasta un nuevo aeropuerto. Sin embargo, no es oro negro todo lo que reluce.

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SEAN GALLUP / GETTY IMAGES Sobre el abismo. Obreros nepalíes encargados de limpiar los cristales de la torre Tornado en Doha, donde muchos de sus compatriot­as han fallecido
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