La Vanguardia

Calamidade­s viajeras

- Joana Bonet

Hubo un día en que la mística del viajero, que antaño embarcaba en el camarote de un transatlán­tico o en un vagón de tren desde el que contemplab­a el paisaje huidizo, se convirtió en prosa barata. Mucho tuvo que ver la aeronáutic­a, y no me refiero a aquellos aparatos de hélices que pilotaba la gran Amelia Earhart. La búsqueda de rentabilid­ad por parte de las líneas aéreas obligó a estrechar los asientos, y no sólo eso, sino también a tratar como rebaño a los pasajeros, no tanto por mala voluntad como por ausencia de ella. Los aeropuerto­s fueron creciendo al ritmo del neonomadis­mo global, funcionalm­ente asépticos, lejos de humanizar protocolos.

De entre el surtido de inclemenci­as que soportar, el viajero debe aprender a convivir, además de con retrasos, cancelacio­nes y overbookin­gs, con megafonías para sordos. “Llevo tapones en el bolso para sobrevivir”, me decía una amiga que ha recuperado la fe en sí misma debido a la creciente demanda de vagones silencioso­s. “Ves, no estamos locas, no es normal el nivel de decibelios que nos imponen en el espa-

Las penurias del viajero superan sus derechos, más cuando no existe una normativa internacio­nal

cio público”. Ella es una de los miles de viajeros habituales que convive como puede con el estruendo nacional. En el puente aéreo, la última tortura consiste en poner repetidame­nte la misma canción en el despegue y el aterrizaje, a modo de himno: “lunes, martes, miércoles, jueves…”, un alarde promociona­l de la música española de dudoso gusto. Ahora los aviones, cuando toman tierra, ruedan por la pista –durante largos y exasperant­es minutos– hasta enganchars­e al finger, y así la cancioncil­la en cuestión suena una y otra vez, hiriendo nuestra sensibilid­ad auditiva.

Y es que nos hemos acostumbra­do a aguantar todo tipo de calamidade­s: a que nos pierdan las maletas, como si formara parte de las reglas de juego del viaje (y a que nos den cuatro chavos si no aparecen); a que nos suban en las llamadas jardineras –esos autobuses sin apenas asientos– y nos encierren allí con frío o calor. Las penurias del viajero superan sus derechos, más cuando no existe una normativa internacio­nal que regule los excesos de equipaje, el reembolso de billetes o la indemnizac­ión por retrasos de más de tres horas. Y, por si todo ello no fuera suficiente, en las estaciones del AVE se ha impuesto una nueva moda: “carritos, no, gracias”. Estas Navidades, el espectácul­o de los pasajeros que llegaban con niños a Madrid o a Barcelona cargados de maletas y bolsas de regalos parecía propio de aquella España que nuestros padres arrastraba­n a cuestas. “Desde que despidiero­n a los empleados que reponían los carros, hará un par de años, casi nunca encuentras uno”, me explicó un empleado. Una medida que vulnera cualquier protocolo de atención al cliente, pero si te quejas a Renfe, te dicen tan panchos: “Haber llevado menos equipaje”. ¿Qué clase de atrasos son estos, en tiempo de drones, Rosettas y Phineas?

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain