Morir por Líbano
Otros seis militares españoles fallecieron en un atentado en el 2007
Si el cabo Francisco Javier Soria murió probablemente a consecuencia de los bombardeos israelíes de represalia contra Hizbulah, los seis militares del ejército español que perdieron la vida en el atentado de junio del 2007 fueron víctimas de grupos islámicos nunca revelados. Aquel atentado en la localidad de Jiam, no lejos de la base Miguel de Cervantes, casi coincidió con el primer aniversario de la guerra entre Hizbulah e Israel. Doce meses después de aquel conflicto bélico inacabado, brotaron nuevos factores perturbadores, otras amenazas de división y enfrentamiento que complicaron la aventurada misión del Gobierno español de enviar tropas al sur de Líbano.
Recuerdo que el entonces ministro de Defensa, José Antonio Alon- so, durante su inspección del lugar del atentado, me aseguró que no se revisaría la decisión española de continuar en la Finul.
Las tropas españolas han sido siempre bien acogidas en Marjayún y en las localidades de población cristiana. Hubo habitantes que al saber la noticia del atentado lloraron por sus víctimas. Los soldados españoles frecuentan sus hoteles, restaurantes, compran en los zocos y tiendas de Marjayún y animan las noches de sus fines de semana. En cambio en Jiam y en otras poblaciones chiíes, el talante de sus habitantes es a veces hostil a estas tropas, que creen que protegen más a Israel que a Líbano.
El hecho indiscutible es que, en contra de la lógica de que una fuerza de pacificación se establezca a ambos lados de las fronteras de países en conflicto, aquí solo lo han podido hacer en la zona libanesa, porque el Estado israelí nunca ha permitido su despliegue en su territorio. En una estrecha franja fronteriza de un país tan pequeño como la provincia de Barcelona, se han acumulado nada menos que alrededor de 25 contingentes milita- res de todo el mundo. La resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU que, entre otras cláusulas, se refiere al desarme del partido chií, no ha podido aplicarse. El texto oficial ya ambiguo solo sirve para cultivar un frágil statu quo que no puede contentar ni a los libaneses ni a los israelíes.
Una vez más, Líbano padece esta desorbitada internacionalización que ahonda sus divisiones internas, aunque también, hay que reconocerlo, refuerza su siempre inestable seguridad. No han cambiado en una palabra ni las circunstancias geopolíticas ni las injerencias y dependencias que siguen haciendo de Líbano una palestra para todos los agentes de las fuerzas contrapuestas de Oriente Medio.
España ha querido asumir los gravísimos riesgos de una participación en la Finul en aras de sus anhelos europeístas, su vocación mediterránea, de la ambición de poder desempeñar un papel en los esfuerzos para lograr una solución del secular conflicto de Oriente Medio. Pero esta región, a diferencia del Magreb, no ha sido una zona de influencia ni política ni económica ni cultural de España, y no va a serlo porque envíen fuerzas militares en misión de paz. ¿Cómo van a desaparecer de un plumazo los intereses e interferencias de Israel, Siria, Irán?
En Tiro, en cuya hermosa playa desembarcaron en el 2006 las unidades de la marina española, hay un obelisco con los nombres de los soldados de la Finul caídos desde 1978. Ahora habrá que añadir los nombres de los soldados españoles. Es tiempo de evacuar nuestras tropas. Me consta que el contingente se va reduciendo discretamente. No vale la pena morir en las movedizas arenas de Líbano.