Podemos, bajo la lupa
PODEMOS se constituyó como partido político hace poco más de un año, en enero del 2014. En tan corto periodo de tiempo se ha situado en el centro de la escena política española. Su mensaje rompedor resuena como una enmienda a la totalidad al sistema. Y la reciente victoria de Syriza en Grecia ha potenciado las esperanzas de esta formación, que debutó en las elecciones europeas, que ha decidido no acudir como tal a las municipales de mayo y que se reserva para las generales de fin de año.
Es bien sabido, porque así lo han proclamado sus dirigentes, que Podemos sustenta parte de su mensaje en la denuncia de las fuerzas tradicionales, ya se llamen PP, PSOE o IU. Pero su programa político presenta todavía demasiadas zonas de sombra. De hecho, sus dirigentes afirman que es prematuro reclamarles más detalles al respecto. Y cuando insisten en que no son de derechas ni de izquierdas, o cuando se niegan a hacer promesas, diríase que quizás se sienten muy cómodos en esa indefinición. Todo indica que prefieren vivir instalados en la crítica feroz a lo que denominan la casta, a esa clase política que tildan de irremediablemente corrupta y amortizada.
Es cierto que Podemos ha basado su expansión en una coyuntura en la que la política surgida de la transición acusa ya síntomas de fatiga; en la que se amontonan las causas judiciales derivadas de los excesos de partidos, políticos y altos funcionarios. También es cierto que Podemos ha hecho un uso oportunista de tal coyuntura, pescando en las aguas de un descontento popular extendido; en las de los muchos votantes hastiados, capaces de aupar a los que prometen una renovación total sin exigirles a cambio conocer los mé- todos o las garantías. Pero no es menos cierto que quienes han cabalgado esta ola de comprensible indignación, y que con vehemencia han denostado el sistema, deben poder exhibir –a falta de un programa bien definido– un expediente impoluto y claro. Por coherencia y, también, por precaución, porque no les cabe suponer que van a recibir una medicina distinta de la que ellos despachan con prodigalidad.
Sin embargo, no parece ser este el caso. Algunos dirigentes de Podemos están siendo escrutados con lupa, y el resultado del análisis no siempre es favorecedor. Íñigo Errejón, secretario de política de Podemos, tuvo que dar explicaciones sobre la beca de la que disfrutaba en la Universidad de Málaga desde Madrid. José Carlos Monedero, secretario del proceso constituyente y de programa, ha tenido que darlas sobre estudios realizados para el régimen venezolano que pueden haber financiado su partido; y además, al parecer, ha falseado su currículo académico. El propio líder de Podemos, Pablo Iglesias, se ha visto salpicado por ciertas conexiones de su compañera en la Administración.
La conducta de unos y otros, y en general de cuantos ven con más facilidad la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, no puede complacer al electorado. A un electorado que padece los efectos de la crisis, que exige la persecución de toda conducta impropia, y que ya no cree en soluciones milagrosas. A un electorado que aquí en Catalunya acudirá a las urnas tres veces antes de fin de año y agradecería que los partidos dejaran de lado la doctrina moral o el fuego cruzado y detallaran al máximo su oferta. Porque el político más fiable no es el que más ataca al rival, sino el que con más concreción y compromiso propone caminos de futuro.