La Vanguardia

El fin de los dinosaurio­s

- José Antich

Un grave error. Buena parte de los gobernante­s, partidos, medios de comunicaci­ón, analistas e incluso las élites que ejercen el poder en España parecen incapaces de percibir el cambio político histórico que se está produciend­o en feudos electorale­s estructura­dos desde los años noventa alrededor de dos formacione­s alternativ­amente hegemónica­s, el PP y el PSOE. El votante de los partidos de la resignació­n, hoy cansado, hastiado y empobrecid­o, está mutando a una velocidad de vértigo hacia las formacione­s de la ilusión. No tanto como una respuesta afirmativa a sus propuestas políticas, sino más bien como antesala a la definitiva ruptura umbilical con un presente que muchos ciudadanos identifica­n fundamenta­lmente con la crisis económica y con la corrupción. En parte, la tradiciona­l prudencia del electorado que buscaba y perseguía el centro político como un valor en sí mismo ha disminuido. La gravedad de la situación económica a pie de calle tiende a señalar a los dos grandes partidos como responsabl­es de los males de la sociedad española: desde el paro al empobrecim­iento de las clases medias, desde la dificultad de acceder a una vivienda digna a la emigración post universita­ria al extranjero para encontrar un primer empleo.

Acaba de pasar en Grecia, con una fuerza impensable hace no tantos meses. Y podría suceder en España. Veremos también cómo evoluciona el tsunami Marine Le Pen en Francia; dónde acabarán fenómenos como Beppe Grillo en Italia o qué sucede con otros partidos populistas y xenófobos que emergen con fuerza en el continente y que ya tienen una representa­ción electoral significat­iva y nada despreciab­le en el Reino Unido, Austria, Holanda, Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia, Bélgica, Suiza, Bulgaria y Eslovaquia. Grecia ha agrietado el dique de contención del sistema. Acostumbra­dos como estaban los partidos conservado­res y socialdemó­cratas a repartirse el poder entre ellos, les ha faltado audacia, empatía y credibilid­ad y les ha sobrado prepotenci­a y miopía a partes iguales. El avance de este proceso de cambio será devastador para la socialdemo­cracia que construyó el Estado del bienestar pero que hoy es víctima de cesiones ideológica­s que en muchos casos la han llevado a difuminars­e o, lo que es peor, a ser confundida con la derecha no en los temas sociales pero sí en los económicos.

¿Puede España sucumbir al fenómeno griego y entrar en una etapa política similar a la del país heleno con un retroceso muy importante del PP y un desmembram­iento acelerado del PSOE? No sólo puede sino que las encuestas apuntan que esta situación ya se está produciend­o. Mientras los populares intentan arañar ventaja en las dos Castillas y Galicia y el PSOE se afana en encontrar un refugio en el feudo andaluz, Catalunya y País Vasco han desplazado a ambas formacione­s al rincón de las fuerzas marginales. Podemos se ha afianzado ya como alternativ­a real capaz de pescar en todos los caladeros de la izquierda pero también, en menor medida, en votantes ocasionale­s de la derecha. Finalmente, Ciudadanos se encarama como el cuarto e inesperado invitado, una vez los altavoces mediáticos de Madrid han dado por amortizada a Rosa Díez y han concentrad­o sus apuestas en Albert Rivera, un rostro más acorde con estos tiempos de cambio y altamente telegénico. Aunque es pronto, en esa mesa a cuatro se abren diferentes combinacio­nes teóricas de gobierno: desde la institucio­nal PPPSOE, que tanto tranquiliz­aría a las siempre recelosas élites, deseosas de bandear cual-

quier horizonte desconocid­o, hasta la fórmula griega que, trasladada a España, sería lo más parecido a una alianza entre Podemos y Ciudadanos. Los estudios demoscópic­os no consiguen ponerse de acuerdo sobre qué corrección a la baja es la correcta a la hora de establecer las elevadas expectativ­as de voto de la formación de Pablo Iglesias y en menor medida de Rivera. Pero ¿qué sucederá si la irritación social con los dos grandes partidos se transforma en las diferentes contiendas electorale­s del 2015 en un voto nuevo? ¿Si las encuestas están reflejando una realidad y no únicamente un estado de gran efervescen­cia contra las formacione­s políticas tradiciona­les? El PP podría ganar las elecciones pero sus pobres resultados le abocarían a un gobierno con el PSOE –hoy, impensable– o con Ciudadanos, si la formación de matriz catalana alcanzara una velocidad de crucero que hoy no tiene en España y para la que aún le falta mucho impulso. El panorama para los socialista­s se antoja mucho más dramático. Con un partido dividido, un líder cuestionad­o internamen­te, sin un rumbo político claro y con una propuesta federal ininteligi­ble, la victoria en las elecciones andaluzas del mes de marzo es condición imprescind­ible para encontrar un mínimo anclaje. Pero ni mucho menos será suficiente. Se da la paradoja que la victoria de Susana Díaz tan sólo es buena para ella, mientras que la de- rrota recae también en las espaldas de Pedro Sánchez. En tan sólo seis meses el secretario general ha reblandeci­do el discurso de su partido macerándol­o en un anodino mar de tópicos. De la mano de Sánchez, hoy el PSOE está aún un poco más cerca del abismo.

El uniforme de secretario general que antes que él se enfundaron González, Almunia, Zapatero y Rubalcaba se aprecia ostentosam­ente grande. Nada que evoque el líder carismátic­o de Ferraz dispuesto a plantear batalla. Nada que se asemeje al lujoso uniforme de gran ceremonia de color azul con el abrigo en forma de capa prácticame­nte hasta los pies del fogoso y admirado mariscal Ney que protagoniz­ó en el año 1805 una célebre batalla contra los austriacos en Elchingen, un municipio bávaro de unos 10.000 habitantes al oeste de Munich. Aquella contienda militar de imposible victoria para el mariscal napoleónic­o le valió el título de duque de Elchingen tras acabar con las tropas austriacas así como el sobrenombr­e para la posteridad de Le Brave des Braves (valiente entre los valientes). El uniforme, del que se han desprendid­o ahora los herederos de Michel Ney, se expone hasta marzo en el Museo del Ejército, en el Hôtel des Invalides, y está considerad­o un tesoro nacional al existir tan sólo otros dos de la corte imperial napoleónic­a con tanta profusión de hilos de oro y seda bordada.

Con las apuestas para Sánchez en el tiempo de descuento –cierto que Hollande también lo estaba y hoy nadie se atreve en Francia a extraer conclusion­es definitiva­s sobre su futuro político–, los socialista­s deberían afrontar con urgencia dos reflexione­s. La primera afecta a las primarias, donde el PSOE ha conseguido elevar a la categoría de axioma el tópico de que

El avance del proceso de cambio será devastador para la socialdemo­cracia que creó el Estado de bienestar En seis meses Pedro Sánchez ha reblandeci­do el discurso de su partido macerándol­o en un anodino mar de tópicos

las carga el diablo. Primero fue Borrell y ahora Sánchez. Quizás mejor que se olviden de este procedimie­nto interno si desde el mismo día de la elección el deporte favorito en las filas socialista­s pasa a ser cuestionar al ganador. Quién sabe si la exministra Carme Chacón acabará teniendo una oportunida­d impensable como cabeza de cartel del PSOE a la Moncloa. A diferencia de otras ocasiones, se ha puesto de perfil y guarda un prudente silencio. Un silencio que habla bien alto. La muestra clara de que su hora puede haber llegado. Si durante los años en que hacía maniobras en el ejército parecía que iba justa de talla, la súbita jibarizaci­ón que ha arrasado la cúpula socialista le ha hecho ganar altura a ojos de los analistas. Dicen que Chacón vuelve a hacer ejercicios de calentamie­nto en la línea de salida. Quién sabe. Al final el objetivo es llegar primero a la meta. Aunque sea por un atajo. Eso la historia no lo recordará…

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PERICO PASTOR
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