Nueva política
Lo que más afeo a estos ángeles exterminadores del viejo sistema que pululan por las esquinas del izquierdismo reinventado –aunque a veces suena a oxidado– es el desprecio que demuestran por el proceso cívico y político más revolucionario de la Europa actual. Y me refiero al proceso catalán, el ejemplo más rotundo de nueva política que se ha gestado en todo el continente. Ya sé que si las pancartas no llevan las consignas homologadas por los sesudos pensadores del nuevo orden son inmediatamente ninguneadas, porque también en esto de los movimientos cívicos se debe tener carnet de pureza ideológica.
Sin embargo, lo que ha ocurrido en Catalunya debería ser espejo de lo que es un movimiento ciudadano democrático en pleno proceso de cambio histórico. Nadie se ha movilizado en toda Europa como lo ha hecho la ciudadanía catalana, junto con sus líderes y su Parlamento, y lo ha hecho desde una soledad aterradora, sin otro apoyo que su propia fuerza de voluntad. Si quieren que hablemos de nueva política, estos que tanto hablan de jubilar a la casta –a según qué casta, porque parece que los amiguetes Zapatero, Bono o Botín no lo son– que empiecen a mirar lo que ocurre en Catalunya.
Y en Catalunya ocurre que hemos hecho un molde único para conseguir culminar un proceso colectivo trascendental. Por supuesto es un molde que puede romperse si los depositarios políticos de tan frágil porcelana se dedican al pressing catch en lugar de ejercer la finezza política. Pero más allá de la inevitable miseria interna, que haberla hayla, el relato del proceso catalán es, como dice con buen tino Josep Martí i Blanch, lo más nuevo que ha existido en la política desde hace décadas. Y a las pruebas cabe remitirse: una ciudadanía movilizada más allá de las cifras imaginables, volcando en la calle el porcentaje demográfico más grande que se recuerda en la Europa reciente. Y todo ello, alzando la bandera de la ética, anhelando la épica y cuidando la estética de la civilidad y el buen gusto. Ni un solo papel en el suelo.
Es decir, centenares de miles de personas dando ejemplo de lucha pacífica. Al tiempo, un Govern que asume el compromiso electoral y parlamentario de consultar al pueblo; un Estado que se enfrenta ferozmente e inicia una campaña sistemática de acoso y derribo al Govern y a su presidente, llegando a estresar hasta lo indecible las leyes; un president que deposita todo su capital político en el proceso, sabiendo que van a destruirlo; unos partidos que consiguen consensos complejos y difíciles para avanzar; y todo ello, ciudadanía, partidos, políticos y Parlament, enfrentándose a grandes poderes fácticos contrarios al proceso. No está mal para un país de orden, acostumbrado a buscar salidas laterales. Con todo dicho, lo dicho: que vengan estos alternativos que quieren cambiar el mundo a estos lares. A lo mejor tenemos algo que enseñarles.
El proceso catalán, el ejemplo más rotundo de ‘nueva política’ que se gesta en todo el continente