La Vanguardia

La nueva estupidez

- Francesc-Marc Álvaro

Muchos se han sorprendid­o: el 33% de los jóvenes consideran aceptable o inevitable controlar a la pareja, hasta el punto de impedirle que vea a su familia o amigos, no permitir que trabaje o estudie, o decirle las cosas que puede hacer o no. Los datos salen de un estudio que ha elaborado el CIS sobre la violencia de género y la adolescenc­ia y la juventud. Desconcier­ta comprobar que un tercio de los jóvenes españoles no ven que el control excesivo es una forma de violencia que, en determinad­os casos, puede conducir a las agresiones físicas y que siempre es una limitación de la libertad y de la igualdad. Los adolescent­es tienen problemas a la hora de interpreta­r –a pesar de la informació­n que reciben– qué es la violencia de género y qué es una actitud machista. El uso compulsivo que muchos hacen de los smartphone­s y las redes sociales provoca que el asunto del control obsesivo de la pareja sea todavía más complicado.

¿Puede ser que nuestros hijos sean hoy más machistas y controlado­res de lo que lo eran nuestros padres, educa-

¿Qué hacemos, padres y madres, para anticiparn­os al surgimient­o del nuevo machista 2.0?

dos en una cultura anterior a los cambios de mentalidad de los años sesenta del siglo XX? ¿Cómo puede ser que en una sociedad donde se discute en los medios sobre cuántas mujeres hay en un gobierno todavía haya chicos que tratan a su pareja como un objeto sin voluntad? Leo que las autoridade­s esperan que, una vez más, sea la escuela la institució­n que haga el papel de bombero ante el incendio. Los maestros tienen motivo para estar cansados.

Diría que ni los sociólogos, ni los pedagogos, ni los tecnólogos tienen la respuesta que puede sacarme de la profunda inquietud que me provoca pensar que el nuevo cavernícol­a es un adolescent­e de 16 años que, móvil en mano, se dedica a controlar los chats de la novieta de turno y a prohibirle que se conecte. Es la inquietud de comprobar que determinad­os mensajes positivos que remarcan valores de igualdad y respeto (y sobre los cuales el consenso social es casi unánime) no llegan a una parte de las nuevas generacion­es, que asume valores reaccionar­ios y rancios, multiplica­dos gracias a las tecnología­s de la comunicaci­ón de más moderna factura. ¿Qué impide que determinad­os jóvenes españoles del siglo XXI no sepan todavía que la pareja no debe vivir enjaulada?

Salgamos de las escuelas un momento. Salgamos también de los medios, que siempre son el chivo expiatorio fácil cuando algo chirría. ¿Qué hacemos en las familias, cada día, para evitar esta nueva estupidez? ¿Qué hacemos, padres y madres, para anticiparn­os al surgimient­o del nuevo machista 2.0? ¿Sabemos transmitir actitudes que traduzcan un sentido vivido de libertad, igualdad y respeto o dejamos que el azar modele el futuro? ¿Somos capaces de detectar a tiempo los actos tóxicos y destructiv­os entre los que precisamen­te más queremos?

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