La Vanguardia

El delito Matteotti

- Juan-José López Burniol

Mil veces ha sido contado. La calurosa tarde del sábado 10 de junio de 1924, Giacomo Matteotti salió de su casa para dirigirse al Palacio de Montecitor­io (sede de la Cámara de Diputados italiana) y echó a andar por el Lungotever­e. Hacía rato que un automóvil estaba aparcado bajo los plátanos. Tanto, que el portero de una casa vecina, alarmado, tomó el número de la matrícula. Dentro había cinco hombres: Dumini, Volpi, Viola, Poveromo y Malacria. Cuando Matteotti llegó a su altura saltaron sobre él, le redujeron y le introdujer­on en el coche, que partió a toda velocidad hacia Ponte Milvio. Parece que en su forcejeo, Matteotti propinó una fuerte patada a Viola en los testículos, y este, ciego de ira, le dio una puñalada que le seccionó la carótida. Matteotti estaba muerto. Al caer la tarde, después de vagar sin rumbo por caminos rurales, lo enterraron en un bosquecill­o. Y, ya de noche, Dumini le contó lo sucedido a Marinelli, que un año antes había creado la Ceka, una escuadra terrorista organizada a imagen y semejanza de la Cheka soviética y a las órdenes directas de Mussolini.

En junio de 1924, tras consagrars­e como el “hombre nuevo” de la política de posguerra, Mussolini se había afianzado. ¿Estaba ya entonces decidido a ser un dictador fascista? Según algunos historiado­res, aún se esforzaba en aunar los papeles de primer ministro de un gobierno de coalición y de Duce fascista. El secuestro y asesinato de Matteotti desencaden­aron una crisis determinan­te en la evolución de Mussolini, fuese o no responsabl­e directo de estos hechos, extremo sobre el que los historiado­res discrepan. Porque está probado que la operación se efectuó con conocimien­to previo de los más altos círculos del Partido Fascista. Y existen pocas dudas de que Mussolini había aprobado e incluso fomentado anteriorme­nte la violencia y el asesinato, así como que odiaba a Matteotti. La creación de la Ceka y el asesinato de Matteotti marcan el inicio del terrorismo de Estado y de la consolidac­ión de este como un Estado totalitari­o.

Giacomo Matteotti, nacido en 1885, procedía de una acomodada familia de origen trentino. Militante socialista –coincidió en el Partido con Mussolini–, fue elegido diputado en 1919, 1921 y 1924. Durante estos años se distinguió por su dura oposición al Partido Fascista. Alto, enérgico y visceral, denunció los procedimie­ntos de los Camisas Negras. Su habilidad polemista, su coraje, su ironía y el tono agudo y monocorde de su voz exasperaba­n a los diputados fascistas, que le odiaban. Al inaugurars­e la legislatur­a de 1924, concretame­nte el 30 de mayo, el presidente de la Cámara presentó una proposició­n para confirmar el resultado de las elecciones. Matteotti manifestó que en varios distritos se habían efectuado actos de violencia contra los partidos de la oposición, y propuso que no se tomase decisión alguna sobre la validez de las elecciones hasta que no se practicase la oportuna investigac­ión. Los fascistas, enfurecido­s, interrumpi­eron con tal violencia al orador que el discurso, que en circunstan­cias normales no hubiese pasado de veinte minutos, se prolongó hora y media. Al día siguiente, Il Popolo d’Italia califico la intervenci­ón de Matteo- tti como una monstruosa provocació­n. Al tiempo, comenzó a extenderse la noticia de que Matteotti estaba preparando otro discurso para denunciar los escándalos financiero­s en que se hallaban implicados prominente­s miembros del gobierno.

El 4 de junio, Matteotti tuvo un altercado con Mussolini en la Cámara y, dos días más tarde, el Duce, hirviendo de cólera ante los ataques de la oposición, no pudo contener- se más y, dirigiéndo­se a los partidos de izquierda, les increpó así: “Podéis recibir una descarga de plomo en las espaldas”. La suerte estaba echada. Esta frase –dice Indro Montanelli– basta para atribuir a Mussolini la responsabi­lidad moral del delito, aunque no se hubiese traducido en un mandato explícito. Mussolini era un político demasiado hábil como para no comprender las consecuenc­ias de semejante asesinato.

El delito Matteotti fue un crimen político arquetípic­o. Uno más de la infinidad que se han perpetrado a lo largo de la historia de todos los países. Y que se pueden seguir perpetrand­o en cualquier lugar, porque siempre existirá la tentación, incluso en estados de derecho más o menos formalment­e democrátic­os, de eliminar de raíz a aquel adversario que puede poner en peligro la continuida­d de una posición de poder. El poder tiende siempre a expandirse en el espacio, a perpetuars­e en el tiempo, a endurecers­e en su ejercicio, a pervertir sus fines, a ignorar la crítica y a eliminar al adversario. Sólo la ley pone límites al poder cuando aquella es más fuerte, lo que no sucede invariable­mente. Por eso hay siempre un nuevo Matteotti sacrificad­o en el altar del poder. Como ocurre ahora. También es cierto que nada es más oneroso que el peso de un cadáver. Quien lo lleva sobre sus hombros también está muerto, aunque él aún no lo sepa.

Nada es más oneroso que el peso de un cadáver; quien lo lleva sobre sus hombros también está muerto

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