La Vanguardia

Hamburgues­a incorrupta

- Susana Quadrado

Las hamburgues­as del McDonald’s producen rechazo. Hay quien solo con oír su palabra le viene ardor de estómago, arcadas o ambas cosas a la vez. En mi casa nadie les hace un feo, más bien al contrario, y no es un hecho aislado. Somos de los que disfrutamo­s como enanos con un perrito caliente, con su bollo industrial rebosante de mayonesa y mostaza, su frankfurt aceitoso y su cebolla crujiente. Las albóndigas o las galletas Kakor Havreflarn del Ikea no provocan tanta alegría, pero resultan irresistib­les al final de un día agotador por los pasillos de los sueños que se hacen realidad. Por no hablar de los Donuts recién sacados de su envoltura de plástico, de los Doritos de sabor barbacoa o de los fideos orientales de la socorrida Gallina Blanca.

La noticia de que un tipo islandés ha conservado un McMenú durante seis años sin que este muestre rastro alguno de putrefacci­ón nos ha roto el corazón a todos los zotes gastronómi­cos que habíamos depositado nuestra fe en la ley no escrita de Ronald McDonald: lo que no mata, engorda. Ávidos por tener respuestas, nos hemos lanzado a rastrear en Google. Resulta imposible saber qué ingredient­es lleva un BigMac. La lógica induce a pensar que si una hamburgues­a a temperatur­a ambiente resiste meses, años, tan estupenda como el primer día es porque lleva tantos conservant­es, aditivos, sustitutiv­os y camuflante­s que no les apetece ni a las bacterias. Aunque no se encuentra ni un estudio con un mínimo rigor científico que confirme (o desmienta) esa razonable sospecha.

Según la página web de la compañía, su producto es 100% carne de vacuno “sin conservant­es añadidos”. No se aportan más explicacio­nes, más allá de la trazabilid­ad, la sostenibil­idad en la producción y el

La causa de la ‘inmortalid­ad’ de la carne de un McMenú de McDonald’s es todo un misterio insondable

trato respetuoso a los animales sacrificad­os. ¿Mienten? Si así fuera se les caería el pelo, ¿no? Se supone que el sistema de control de calidad de los alimentos no está montado sobre una gran farsa: de lo contrario, muchos yaceríamos criando malvas. Algunas teorías apuntan al alto contenido en sodio como la causa de la inmortalid­ad del pedazo de carne. En otras se concluye que no hay descomposi­ción por la pérdida de humedad. En cualquier caso, todo muy poco claro, insuficien­te e inquietant­e.

La única certeza es que esta hamburgues­a, incorrupta como el brazo de Santa Teresa, no es obra de un milagro. El McMenú es sólo el principio. Llegará el día en que la comida cocinada en los fogones de un laboratori­o procurará alimentos biónicos, hamburgues­as con células madre y bistecs de algas o insectos. Seguro que la fórmula de la eterna juventud llegará antes a nuestro estómago que a nuestro rostro.

El error es pensar que todo lo comestible es comida. Entregarse de vez en cuando a un placer culpable no nos hará bien pero tampoco tanto mal. Quizá lo mejor es dejarse llevar por el consejo de Nigella Lawson, la reina del food porn: “La única cosa con la que uno se debería sentir culpable es no disfrutar del placer”. Y no se preocupe: aún quedan muchos motivos para odiar a McDonald’s.

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